Sílvia y Salvador. Tan sencillo como eso: así es suficiente. Dos nombres propios y nada más. Ni siquiera los apellidos, que parecen sobreentenderse. Porque estamos refiriéndonos a Sobral y Pérez Cruz, a quién si no: dos almas bellas, hermosas y sensibles, dos criaturas gemelas, el haz y el envés de una realidad tan infrecuente como necesaria, tan inusual como alentadora. La alianza entre estos dos amigos que aún no se habían tratado lo suficiente era una posibilidad ineludible, un guiño del destino al que tanto la una como el otro han debido sentirse felizmente abocados. Porque ese título sencillo y nominal encapsula la esencia de una colaboración que parte de un aliento cómplice pero se enriquece con una naturalidad pasmosa. Porque Pérez Cruz y Sobral parecen sentirse tan cercanos y cómodos el uno con el otro que solo cabe preguntarse cómo es que este disco no había acontecido antes y cuándo será la próxima ocasión en que los astros y las agendas se alineen para que la magia, esta magia lindísima y serena, vuelva a acontecer.
Sílvia & Salvador es un álbum que brota de manera tan armónica y espontánea que puede transmitir una equívoca sensación de sencillez. Parece fácil ser Sílvia a la vera de Salvador, y a la inversa, porque ambos se sienten tan a gusto en este ejercicio de complicidad como para convertirse en las dos caras de una moneda idéntica. Salvador es lo que Sílvia sería si fuese un hombre, y a la inversa, de manera que todo brota de una forma tan espontánea, tan carente en apariencia de esfuerzo, que estamos tentados a pensar que lo suyo podría hacerlo cualquiera. Y es verdad: cualquiera que se llame Sílvia y Salvador.
Y así sucede que estas 11 canciones se desarrollan desde una doble reivindicación, firme e inequívoca, de la belleza y el sosiego. Son tres cuartos de hora de música acústica, serena y exquisita, pero son también un remanso. Un microclima. Una declaración de intenciones. Sigamos en este mundo, sí, pero no de cualquier manera. Porque solo bajo estos parámetros, a partir del calor entre los congéneres –tan distintos, tan iguales– podemos llegar a algún espacio común, cálido y confortable. Podemos llegar a algún punto de encuentro en el que la convivencia, la vida misma, merezcan la pena.
Y así, desde esa sencillez engañosa y desarmante, se suceden las canciones preciosas. Tan sencillo como eso. Como si eso fuese sencillo. Aportan ellos dos y se suman sus aliados más estrechos, los cómplices ineludibles, los colaboradores necesarios. Jorge Drexler vuelve a impartir una lección de escritura pluscuamperfecta, una más, con El corazón por delante. Luísa Sobral quintaesencia el primor y la portuguesísima melancolía con Hoje já não é tarde. Francia se representa a ritmo de vals, como no podía ser de otra manera, a partir de ese L’amour reprend ses droits que regala Carlos Monfort. Y luego está el caso de Lau Noah, pasmoso: esa tarraconense que parece surgida de la nada, emigró a Nueva York, acabó amigándose con media humanidad gracias a un cancionero que le abre todas las puertas y que aquí entrega un Someone to sing me to sleep tan asombrosamente delicado como si una pupila de Joni Mitchell lo hubiera escrito en cualquier recoveco del Laurel Canyon mientras caía el sol alguna tarde de los primeros años setenta.
Todo parece tan fácil, insistimos, que corremos el peligro de no apreciar cuánto trabajo, talento y esfuerzo convergen en estos surcos. De qué manera la propia Sílvia aporta uno de sus arabescos experimentales, contrabajo y voz, con Recordarte. Cómo Salvador también se saca de la chistera Mudando os ventos, por refrendar que ya es tan buen autor como intérprete. Y, por si faltara algo, la melodía acongojante que Marco Mezquida pone a ambos a tararear, casi a musitar como un llanto, con ese Tempus fugit que sirve como colofón y que añade un subtítulo más que elocuente: Plor per Palestina. Eso mismo: 45 minutos y, por distintos motivos, muchas y muy recurrentes ganas de llorar.