Por ahora no nos queda nada claro si este silencio discográfico de 11 años al que nos ha castigado Suzanne Vega proviene más de un bloqueo creativo o de su propio descreimiento sobre la necesidad de entregarle nuevas canciones al mundo; a este mundo envilecido y demediado ante el que se hace difícil no perder la fe. En cualquiera de los casos, el reencuentro con la autora de Luka, justo ahora que se cumplen 40 años de su homónimo primer elepé, es uno de los regalos más bonitos que podía concedernos esta primavera. Quizá disponíamos de un oído más atento para los contadores y contadoras de historias cuando Suzanne era una artista veinteañera, pero aquella observadora lúcida, sagaz y profundamente empática ha logrado llegar a su cumpleaños número 65 con todas sus cualidades intactas.
Flying with angels puede que sea, de hecho, el álbum más inspirado o, como mínimo, el más instantáneo que su ilustre firmante ha concebido en el presente siglo, a poco que reparemos en que el espléndido Beauty & crime (2007) y el filosófilo y sofisticado Tales from the realm of the Queen of Pentancles (2014), remoto antecedente inmediato de la obra que ahora nos ocupa, dejaron muy pocos títulos que hayan calado en la memoria. La neoyorquina vuelve a confiar ahora en la producción serena y cristalina de su viejo aliado Gerry Leonard, pero expande la paleta estilística aquí y allá sin dejar de recordarnos a aquella musa del folk alternativo con enjundia literaria que enamoró a medio planeta en los tiempos seminales de Suzanne Vega (1985), Solitude standing (1987) y Days of open hand, tres años después.
Esa manera de arpegiar y construir melodías en torno a una voz profunda, terrosa y granulada resurge con toda elocuencia en Speakers’ corner, Flying with angels o Witch, un tridente inicial que en términos sonoros se sitúa en el mismo espectro que los viejos clásicos Luka, Small blue thing o Night vision, respectivamente. Pero Rats supone una sorpresa grande, para los parámetros del sector folkie, por ese desparpajo nuevaolero y bullicioso con el que Vega oposita contra todo pronóstico a la plaza de Chrissie Hynde. Y Lucinda es una carta de amor también inopinada a Lucinda Williams en la que se evoca libremente el estilo de la homenajeada con un pie en el spoken word.
Añadamos la hondura política y humanista de Last train to Mariupol, el desparpajo proirlandés de Galway o la reescritura del I want you de Bob Dylan para Chambermaid, y llegaremos a la conclusión de que cada una de estas pequeñas joyas se distingue nítidamente del resto del lote y encierra una buena historia en su interior. Y ese oficio, el de contadora de historias, es justo el que mejor sigue encajándole a nuestra vieja y querida amiga Suzanne Nadine Peck.