La dialéctica de la paradoja no es un recurso estrictamente novedoso, pero sigue resultando lo bastante poco frecuente como para que, bien hilvanado, pueda arrojar unos resultados magníficos. Y es el caso de este Sadness sets me free, compendio de historias, ya lo pueden imaginar, tan liberadoras como fundamentalmente tristes. Gruff Rhys nació en 1970, ha superado ya con holgura el medio siglo y acumula, en consecuencia, el suficiente bagaje vital como para poder cultivar el escepticismo y alguna que otra incursión en la amargura de manera nada retórica y sí muy argumentada.

 

La mirada resulta menos lánguida que ácida, y sus pellizcos de lucidez se ven afianzados en torno a un edificio sonoro adictivo y, créanlo, rabiosamente luminoso. Y pocos mejores ejemplos que el de Bad friend, que desmitifica toda la enfática cantinela de los amigos del alma, los cómplices para siempre y los aliados incondicionales para llegar a una conclusión cáustica y socarrona, pero nada desdeñable: puestos a escoger, mejor un mal amigo que un enemigo. Y todo ello, envuelto musicalmente sin una gota de cicuta, en una suerte de pop de cámara que haría feliz al mismísimo Neil Hannon.

 

Así se las gasta el galés, que ve cada vez más lejanos sus tiempos al frente de Super Furry Animals pero ha conseguido una trayectoria en solitario tan singular y sabrosa como para que ya no echemos de menos a su antigua y fabulosa formación. Porque Sadness… reincide además en una costumbre muy propia de Rhys, y cada vez más difícil de conservar a poco que reparemos en el detalle de que este es su octavo álbum en primera persona. Esa característica es la de no repetirse ni reincidir en los planteamientos, y en ese sentido este es un álbum mucho más preciosista, clásico y comprometido con el pop de pajarita –hola, Lee Hazlewood– que el coqueteo con el galés y la electrónica para Pang! (2019) o la brillantina con destellos de glam rock que envolvía Seeking new gods, en 2021. Pensemos más en los arreglos para cuerdas de la adictiva Celestial candyfloss o el toquecito brasileño que acerca Thet sold my home to build a skyscraper (¿premio anticipado al mejor título del año?) a los territorios de un tropicalismo muy danzable.

 

Es muy listo, en suma, el bueno de Gruff; tanto como para ventilarse un álbum complejo en tres escuetas e intensas jornadas de grabación en los estudios La Frette, a las afueras de París, o insistir en que estas canciones de arquitecturas complejas nacen con el objetivo explícito de ser “propicias” para su interpretación en directo. Solo la versatilidad de Rhys lo hace verosímil: hablamos de un caballero que proviene de una gira con los tuaregs de Imarhan y ha embarcado en su banda a personalidades tan dispares como el campestre Melin Melyn para la pedal steel o la turbulenta Kate Stables, de This Is The Kit, como responsable de las segundas voces. Y recordemos, por las apelaciones a Brasil, que nuestro protagonista ya había grabado a medias con un músico de aquel país, Tony da Gatorra, un álbum con un título que lo asemeja a este: The terror of cosmic loneliness. La melancolía, arma tantas veces poderosa, se vuelve ahora caleidoscópica y casi cinematográfica en manos de este madurito algo más que interesante.

 

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