Hubo un tiempo en que la onda media de la radio estadounidense era un remanso de sonidos delicados, cálidos y minuciosos, el paraíso de eso que en su momento se popularizó como soft-pop. Puede parecer romo o deshuesado, pero no lo era en absoluto; hablamos de los años de la elegancia y del refinamiento, no del hilo musical. Es ese espíritu el que este peculiar y delicioso dúo británico, integrado por Shawn Lee y Andy Platts, retoma en un álbum de título ya elocuente y contenidos regidos por la exquisitez y, sobre todo, una audacia melódica que superaría cualquier control de calidad. Rebobinen cuatro décadas e imaginen que están descubriendo a Daryl Hall y John Oates en su esplendor o a aquellos Doobie Brothers que, con Michael McDonald ya a bordo, no eran tan fieros como sofisticados. O a Boz Scaggs, Robbie Dupree y Stephen Bishop, todos en torno a una mesa camilla, a ver qué se les ocurría. El resultado podía aproximarse a Midnight in Richmond o Take it or leave it, piedras angulares de un álbum que es breve, certero y transcurre en un suspiro. O a Lenny, que a su finura añade un argumento onírico delirante, un encuentro con un dueño de bar que responde al nombre de ¡Lenny Kravitz! Y para acabar de definir ese mapa de sonidos añejos, Kingston boogie se escora hacia el AOR, pero con un guiño a las pistas de baile. Un desmadre todo. A Andy Platts le seguíamos ya la pista como líder de Mamas Gun, esa banda de soul ligero, otro grupo capacitado para la seducción instantánea. Shawn Lee ha trabajado entre otros para Saint Etienne, otros grandes melodistas. No es casualidad, pues, que estos 42 minutos sean una fiesta.

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