Las obras inmortales lo son porque desafían a los arañazos del tiempo y, en consecuencia, a la sucesión de generaciones. La gran mayoría de artistas involucrados en este Hijos del Mediterráneo ni siquiera habían nacido en 1971, cuando vio la luz aquel Mediterráneo primigenio con el que el joven Joan Manuel Serrat se aseguró la vida eterna en forma de canciones. Y su repaso a aquellos diez títulos magistrales no solo es respetuoso, sino incluso reverencial. A partir de una idea de Amaro Ferreiro y bajo la producción del siempre hábil y ubicuo Ricky Falkner, diez ilustres del indie, la canción de autor y hasta el rock recrean la obra cumbre serratiana con el empeño prioritario de preservar los opulentos arreglos orquestales que concibieron hace casi medio siglo Juan Carlos Calderón, Antonio Ros-Marbá y Gian Piero Reverberi. Es la más sorprendente de las decisiones en este homenaje, porque nadie publicaría ahora un trabajo de canción popular con esos oropeles de cuerda, etiqueta y orondos coros femeninos, sin duda menos atemporales que las composiciones a las que servían. Pero este gesto de veneración termina constituyendo una osadía insólita, además de una encomienda quijotesca: en ausencia de partituras o documentación complementaria, se procedió a reconstruir, casi nota a nota, lo acontecido durante los cuatro días originales de grabación en los estudios milaneses de Fonit-Zetra. La renuncia a la libertad de las versiones se convierte así en reto y, de alguna manera, también en yugo. Los nuevos intérpretes tanto han de atenerse a la letra original que a veces también pueden parecer constreñidos, timoratos. Pero el empeño supone también en una manera de reivindicar la excelencia vocal de nombres como Jorge Drexler (Mediterráneo), Depedro (inmenso en Pueblo blanco), Xoel López y su impecable La mujer que yo quiero, Sílvia Pérez Cruz (más contenida de lo habitual, y mucho mejor, con Barquito de papel) o Eva Amaral (Aquellas pequeñas cosas). La que más arriesga es Tulsa, apurada de tesitura pero muy emotiva en Qué va a ser de ti, mientras que Josele Santiago aprovecha Vencidos para avalar que su voz rasposa también alcanza para los altos vuelos. Un homenaje inesperado, extraño y emotivo, aunque deja una incertidumbre: puede chirriar a los amantes más clásicos de Serrat y desconcertar, al tiempo, a la audiencia más joven, esa que se emociona con Turnedo pero no habría imaginado a Iván Ferreiro, pausado y elegante, hincándole el diente a Tío Alberto.

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