Alejandro Rivas y María Laura Bustamante son pareja artística y sentimental, llevan en activo en estos territorios de la canción de autor a cuatro manos desde principios de la década pasada y gozan de considerable predicamento en su Perú natal (donde acumulan premios y distinciones) y también en ese México que les sirvió de morada hasta no hace tanto. En España, por el contrario, su nombre venía pasando por completo desapercibido, ante la triste evidencia de que la actualidad artística peruana apenas goza de repercusión en esta altiva orilla del gran océano; si exceptuamos, claro, el caso señero de la insigne Susana Baca.

 

Pues bien, aunemos ahora dos grandes noticias. La propia Baca ejerce de admiradora, amiga y consejera del tándem en cuestión, y a ello sumaremos la feliz circunstancia de que María Laura y Alejandro hayan fijado residencia por tierras valencianas, lo que debería facilitar las cosas a la hora de que se difunda y extienda la buena nueva de su delicioso trabajo en común.

 

Madre Padre Marte constituye ya el cuarto trabajo del dúo, y además representa, con mucha, el periodo más prolongado en su currículo sin actividad fonográfica, en vista de que su antecesor, La casa no existe, se remontaba a seis años atrás. De hecho ese lapso de tiempo, 2017–2023, aparece resaltado entre los elementos gráficos de la portada, lo que demuestra que no nos encontramos ante un detalle menor. Primero, porque nunca a nuestros dos protagonistas les había costado tanto alumbrar una nueva criatura discográfica. Y segundo (y más importante), porque en este periodo quien sí ha visto la luz es el primogénito de la pareja, que se erige así en coprotagonista de la obra y en inspirador de una parte significativa de su repertorio.

 

Tan cierta es la importancia trascendental que un nacimiento representa en cualquier familia como el interés relativo que tal evento puede despertar en quienes permanecemos ajenos a ese episodio, en este caso los oyentes de Madre Padre Marte. El primer mérito de los firmantes es haber conseguido plasmar emociones intensas e íntimas sin que se sobrepasaran unos límites razonables de melaza, y aquí sucede que bien podemos aplaudir, sonreír y empatizar sin necesidad de un control posterior de nuestros niveles de azúcar en sangre. Pero el gran logro de esta entrega, el que debe representar la puerta abierta para el dúo ante los auditorios del viejo continente, es la extraordinaria valía musical y calidez sonora y temática de sus contenidos, que beben en la tradición de las principales escuelas de la canción latinoamericana, se aprovechan de nutrientes valiosísimos y redondean un puñado de obras cálidas, lúcidas, poéticas y particularmente gozosas.

 

Pensemos en su paisana Baca, claro que sí, pero también en Drexler, por lirismo, o en Kevin Johansen, emparentados al argentino por humor travieso y sagacidad. Tampoco perdamos de vista la caricia lúcida de los colombianos Aterciopelados, una banda que nos viene a la cabeza antes incluso de que descubramos la voz de Andrea Echeverri en la ambrosía electro-pop de Lo que iba a ser. Y admiremos, en fin, títulos de solvencia muy inusual, como ese Algo tiene que estar mal que emplea la feliz capacidad infecciosa de la cumbia para desplegar una sabia retórica sobre malestar laboral y expectativas frustradas. El tipo de canción, sospechamos, que nunca sonaría en las casas de los dirigentes empresariales.

 

La fascinación encandilada en torno a la recién nacida aflora aquí y allá: en el vals tierno de La princesa y el río, casi un cuento acunado en torno a un cuarteto de cuerdas; en la soberbia y cadenciosa Lagrimón (“Se tapa el cielo, se viene lagrimón / cada vez que quiero escribirte una canción”), en las dudas trascendentales de Sana sana o en la elocuente y medio jazzística Babas, que refleja con gracia una de las mayores congojas cotidianas de la paternidad: “Te amo más cuando he dormido / toda la noche, la noche de corrido”.

 

Pero hay mucho más, por fortuna, insistimos. La demoledora sátira contra el machismo cultural latinoamericano en Querido hombre del Perú, desarrollada a capela para que no perdamos detalle; la muy drexleriana y preciosista De a poco, sobre las disfunciones anímicas acarrea el paso de los años; y, sobre todo, la adorable Aparato, el mejor alegato contra ese uso compulsivo de los teléfonos móviles y su capacidad para absorbernos tanto que olvidamos mirar alrededor.

 

Hay en fin, ya se ve, mucha tela que cortar con Alejandro y María Laura. Y va siendo perentorio ponernos al día con los deberes.

 

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