America eran como la alternativa en formato afable de Crosby, Stills & Nash. Es decir, les faltaba el suplemento de sal y pimienta que pudiera aportar un tal Neil Young cuando tuviera a bien incorporarse al elenco, pero a cambio encarnaban el ideal de alianza candorosa, la tripleta de talentos que remaban en la misma dirección y aplicaban las bondades del sumatorio en lugar de la gresca por las colisiones de ego. Luego se demostró que nada es tan beatífico como parece: Dan Peek pegó el portazo en 1977 (para dedicarse al pop cristiano, más en concreto) y el idílico trío hubo de conformarse con el formato de pareja, que Dewey Bunnell y Gerry Beckley se han molestado en preservar cuatro décadas largas después.

 

El ascendente estilístico de CSN era una evidencia desde Riverside, arranque estilizado como pocos (imposible no enamorarse de ese duelo de acústicas, una por canal): no solo aportaba armonías prestadas de Graham, Stephen y David, sino hasta esos muy característicos tarareos. Asumamos, pues, que este debut no era original, pero sí encantador. E influyente: es plausible pensar que los primeros discos de Dan Fogelberg estuvieran impregnados de su espíritu. Los integrantes de America eran hijos de militares asentados en una base británica y quisieron con su nombre honrar una tierra que apenas conocían.

 

Y así, mirando hacia el otro lado del océano, nació esa enormidad titulada A horse with no name, con una letra que Bunnell elaboró con técnicas de escritura inconsciente y que, irónicamente, desalojó a Heart of gold (Neil Young) del número 1. Pero estaba esa otra belleza, I need you (de Beckley), y la mejor aportación de Peek, Rainy day. Y una gran debilidad acústica, puestos a contarlo todo: Children. No hay manera de cansarse con America, uno de esos discos que siempre alberga un abrazo.

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