Incluso quienes ya conociesen a Carola Ortiz y supieran de antemano sobre su buen hacer van a encontrar ahora motivos para la sorpresa y el asombro. Cantareras, este cuarto trabajo de la artista de Terrassa, no es un mero refrendo a su talento o un salto cualitativo, sino una eclosión. Porque ya había muestras de versatilidad y solvencia en la trayectoria de una mujer que se desenvuelve con soltura en las aguas del jazz o de la música clásica, pero que aquí sale triunfante de un empeño infinitamente mayor: asentar las bases de un lenguaje propio. Ahí radica el mérito a la postre decisivo en esta entrega, tan deslumbrante en su inmersión en la música de raíz como para que debamos señalarla desde ahora como una de las dos o tres obras decisivas de 2023 en esta órbita.

 

Las expectativas siempre fueron elevadas para esta barcelonesa de 37 años, hija de una divulgadora teatral y de un músico de jazz, y licenciada desde ya tiempo atrás en la Escola Superior de Música de Catalunya (Esmuc) en clarinete clásico y canto jazzístico. Pero es a partir de su participación en Coetus, la orquesta de percusión ibérica impulsada por Aleix Tobías, cuando establece contacto con Eliseo Parra y se zambulle en los territorios de la música tradicional. Cantareras es la plasmación reconcentrada y quintaesenciada de todo ese proceso. Carola logra hacerse reconocible al minuto y además, acaso por aquello de la teatralidad, no se limita a sumar piezas sueltas sino que desarrolla un concepto, un microcosmos de sororidad y empoderamiento. Porque la figura de las mujeres que llenaban en las fuentes las cántaras de agua le sirve para apelar a los momentos determinantes de sus vidas, desde los noviazgos a los casamientos y la maternidad. Y hasta la muerte, puestos a cerrar el ciclo y el concepto mismo.

 

La mirada es tan ibérica como para echar a andar en clave flamenca, con esa Doncella guerrera en la que se involucra Rosario la Tremendita, y permitirse enseguida garbeos por los cancioneros tradicionales catalanes, valencianos, baleares, castellanos o gallegos. Todo es tan natural y creíble que las piezas encajan con la precisión asombrosa de quien las ha aprehendido y abrazado como propias. Carola consigue con el pálpito de su clarinete, y más aún del clarinete bajo, ese sustento telúrico que también refrendan las panderetas y pandero cuadrado de Mario G. Cortizo, que además asume las funciones de productor. Y el desarrollo sonoro de todo ello es pasmoso, con un amplio arsenal de instrumentos acústicos, orientales o medievales y el complemento de muy sutiles programaciones electrónicas haciendo las veces de argamasa. Integrando todas las geografías y proyectándolas hacia un futuro infinito y colosal.

 

El maestro Parra aporta para la causa un Ahechao de las malas lenguas y protagoniza un dúo vocal excelente en la salmantina Canción de bodas. Pero las colaboraciones ilustres, como la de Xabier Díaz –en una tesitura extrañamente grave para E vira e vira– no son determinantes a la hora de convertir este Cantareras en una obra gigantesca. Escuchemos la orfebrería envolvente de La mare de Déu, la sofisticación desde lo ancestral en la asturiana Muñeira de Turmaleo, la filigrana de percusión y electrónica para que el romance leonés Serrana ‘La Matadora’ crezca y crezca sin redundancias.

 

Es, en suma, Cantareras una de esas raras obras en estado de gracia, en que encaja todo. Y donde la propia Carola Ortiz aporta como guinda final un precioso Pasodoble de las cantareras de composición propia que quizá nuestros tataranietos sigan tocando y reinventando algún siglo más adelante, cuando nosotros seamos olvido y la música, pálpito eterno.

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