A estas alturas ya resultaba demasiado evidente que Cécile McLorin Salvant figura –de lejos– entre las mejores vocalistas que ha dado el jazz durante este primer cuarto del siglo XXI, pero Ghost song apuntala y amplía el diagnóstico. El debut de la de Florida para el venerado sello Nonesuch demuestra su aplastante dominio tanto de la composición de repertorio propio como en la recreación del ajeno, pero la novedad radica en que las fuentes de las que bebe son cada vez más dispares. Nada de standards ni de chanson, sus teóricas especialidades. A cambio, el menú abarca desde el vodevil de Kurt Weill (The world is mean, adornada con un piccolo atrevidísimo) al hermanamiento entre El mago de Oz y un original reciente de Gregory Porter (Optimistic voices/No love dying). Y, aún mucho más osado, una aproximación a la mercurial Kate Bush, ahora en el candelero contra todo pronóstico.

 

La pieza en cuestión no es otra que Wuthering heights, que se utiliza como apertura. Pero en dos terceras partes de la interpretación, Cécile se lanza a un a capela arriesgadísimo, muy influido por las waulking songs o canciones de colada de la tradición irlandesa. Para cerrar el círculo, el álbum concluye con un tradicional de Irlanda nuevamente sin acompañamiento instrumental, la conmovedora Unquiet grave, mientras que en la bisectriz del repertorio se coloca Until, la canción de Sting para Kate & Leopold, que aquí adquiere aires iberoamericanos: el piano podría atribuírsele a Iván “Melón” Lewis, aunque sea cosa de su inseparable Sullivan Fortner, mientras que la percusión adquiere tintes casi brasileños.

 

A todo ese excelente lenguaje propio a partir de mimbres ajenos, McLorin Salvant añade una excelente canción central con aires corales y de góspel, o la muy sorprendente I lost my mind, donde la voz adquiere modos circulares y pesadillescos sobre un fondo de órgano eclesiástico. Solo Moon song es una balada clásica en toda su extensión, la pieza canónica que siempre esperamos de una gran jazzista. Thunderclouds, el otro título accesible de manera instantánea, se decanta por matices más folkies y acústicos, como si Norah Jones la hubiese persuadido a la hora de afilar el lápiz.

 

Ghost song no solo es un álbum brillante y sentido (hay dolor, contenido o explícito, en no pocos momentos), sino también amenísimo en su vocación panorámica. No hay ánimo de popularizarse a los ojos de una audiencia más amplia; ningún ejecutivo se habrá relamido pensando que tenía entre manos eso que llaman crossover. Hay, eso sí, inconformismo y ganas de crecer. Aún más. Y eso, a partir de ciertas cotas, ya es mucho.

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