Ha dejado de ser noticia que Dan Auerbach solo quiera relacionarse con gente manifiestamente brillante, y en ese sentido este estreno de Ceramic Animal ante el gran público no constituye ninguna excepción. La novedad, en el caso de estos cinco chavalotes de Pensilvania, radica en su alejamiento de los territorios del soul, blues o garaje, los que frecuenta con mayor ahínco el jefe no solo de The Black Keys, sino de la escudería discográfica Easy Eye Sound. Pero Auerbach se las sabe todas: cuando se trata de lograr un sonido analógico, orgánico y añejo, no hay nadie como él. Y Sweet unknown es un suculento caramelo discográfico en el que nada de lo escrito ni interpretado parece posterior a la década de los setenta.

 

Los tres hermanos Regan y sus dos amigos-de-toda-la-vida que completan la alineación encajan bien con el arquetipo de banda aguerrida y desaliñada a la que solo le importa abrillantar su repertorio. Han desdeñado la posibilidad de abandonar su pequeño cuartel general, en Doylestown (norte de Filadelfia). No se las dan de nada ni se aplican código de vestuario. Con anterioridad habían publicado ya tres discos, ¡tres!, sin que tuviéramos la más remota idea de su existencia, y ni se les ocurrió la idea de tirar la toalla, de no perseverar más. Tuvo que producirse la carambola del descubrimiento de Auerbach para que ahora mismo estemos escribiendo estas líneas. A veces toca recuperar la fe en la providencia.

 

Y todo ello para desembocar en esta joya que tampoco pretende sacar pecho ni ejercer la joyería, pero que es pura proteína sin grasa: una delicatessen por la fuerza misma de los hechos. Tangled es una apertura fantástica con sabor a los Kinks, I can’t wait hace bueno el título a golpe de rock bullanguero y I love a stranger late con sutiles golpes de funk y guiños a Franz Ferdinand. Love day invoca el prodigioso soft-pop de los setenta, la era mágica, antes de que cerremos la cara A con el entusiasmo in crescendo de Forever song, un himno con todas las letras. Algo que empieza a ser casi tradición, por cierto, cuando hay un “Forever” en el título.

 

La fiesta para nuestros oídos sigue a la vuelta del vinilo. Baste avisar de que Sweet unknown es americana cadencioso como un baladón de Neil Young. O que Up in smoke suena tan adorable como la más adorable de las joyas de Dawes (inclúyanla en sus listas, por favor). O que el ronroneo de Private dancer recuerda, incluso mucho, a Eels. Insistimos: puro músculo y ni un mísero pellizco de grasa. Así debería ser siempre. Pasarán los años y seguiremos recurriendo a Sweet unknown –tan retro que no tiene edad– para celebrar la vida.

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