En mitad de su particular avalancha de material histórico, entre discos no publicados en su día y la inagotable fuente de emociones que deparan sus Archives, corremos el peligro de olvidar que Neil Young sigue siendo un hombre felizmente en activo, con las urgencias, inseguridades y tribulaciones inevitables a una edad tan seria como sus 76 años. Pero con la capacidad cierta, asombrosa y nuevamente refrendada de emocionarnos. Una vez más.

 

Veníamos de escucharle, apenas un par de meses atrás, en su histórica e iniciática visita en solitario al Carnegie Hall el 5 de diciembre de 1970, documentada ahora en un doble álbum repleto de magia primeriza, fascinación, complicidades, estados de gracia y hasta gazapos delirantes. La cercanía en el tiempo y la memoria de ese prodigio desempolvado hace que valoremos aún más la vigencia de Neil Percival Young cincuenta y tantos años después. Barn no aporta grandes novedades ni al canon de Young ni al de sus Crazy Horse, más allá de su renovado orgullo por la doble nacionalidad canadiense y estadounidense, que aquí desgrana en forma de manifiesto y neologismo: Canerican. En realidad, el álbum es prolongación evidente de su Colorado (2019), que oficializaba la nueva alineación de los Horse con Nils Lofgren en lugar del bueno de Frank “Poncho” Sampedro, nuestro viejo e incomparable sabueso retirado. Pero el aroma a campo y granero, a Montañas Rocosas, canción con mayúsculas y rock maravillosamente bien engrasado, es fascinante a lo largo de estas 10 canciones. Y emociona comprobar cómo el amigo Young aún puede salirse del guion con aullidos como los de Shape of you, un blues asilvestrado para el que acaba profiriendo grititos de puro entusiasmo.

 

Como ya constatamos en Colorado, la reaparición de Lofgren proporciona más temple, sosiego y mesura a la formación, una buena manera de establecer un sello propio y reconocible a este Caballo Loco (pero ya no tanto). Y aunque haya quien eche de menos la impredecibilidad abrupta y salvaje de Sampedro, no hablamos de un elepé timorato: Lofgren también se las ingenia para recrudecer la tormenta de electricidad en Human race, pero sobre todo deja su impronta en los fabulosos ocho minutos largos de Welcome back, el verdadero tesoro en esta entrega de estudio número 41 (si no nos han fallado las cuentas) de Neil. Construida a partir de una de esas ruedas armónicas con las que Young puede eternizarse y extasiarnos en sus noches más inspiradas sobre las tablas, Welcome back basta por sí misma para avalar Barn y seguir bendiciendo a nuestro incontrolable trovador geñudo de las camisas a cuadros.

 

Pero no nos conformemos con ello. Para el recuerdo quedarán también la entrañable pieza inaugural, Song of the seasons, que recuerda musicalmente bastante a aquel My boy de Old ways (1985), canción fabulosa de un disco infravaloradísimo. Esa misma veta sentimental, incluso fronteriza con lo cursi, aflora en el capítulo final, Don’t forget love. Habrá quien confunda su sencillez, fragilidad y ternura con un signo de debilidad por parte de Young, pero no nos importa: a nosotros nos entran unas ganas tremendas de abrazarle. Y de quedarnos en discos como este Barn; obra muy menor, si se quiere, pero maravillosamente acogedora.

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