El intrépido Javier Egea operaba hasta ahora como jefe de operaciones al frente de Cosmen Adelaida, pero reduce el nombre compuesto a simple para formalizar su debut como artista en solitario. Continuidad y estreno, en suma: no es lo mismo, pero se le parece bastante, ya que Egea encabezaba la formulación previa y firmaba buena parte del repertorio. Solo que ahora no elude responsabilidades y asume en primera persona esa vitriólica mirada pop que la portada encapsula particularmente bien. La firma Edu Ruinas y ese nuevo modelo de mascarilla resume con lucidez entre cruel y ácida cómo las presentes circunstancias nos han hecho cada vez más escurridizos. Más elusivos.

 

Cosmen es un fresco dinámico y contundente de esa mirada sardónica del músico madrileño. Javier es un tipo joven al que no le habría importado vivir la adolescencia en los años ochenta, muy presentes en los momentos más synth pop del disco, y al que tampoco le incomoda ni un poco que le vinculemos con las turbulentas aguas del krautrock. Pero no se fíen: aquí también ha sido capaz de definir La canción perfecta, un hito autodefinitorio que hace, en efecto, honor al nombre: bajo machacón e imparable, estallido de ritmo efervescente al compás de una batería particularmente traviesa.

 

Solo por ese postulado de perfección ya merecería la pena este trabajo (en precioso vinilo azul celeste traslúcido: apunte para fetichistas), pero los otros 11 cortes de Cosmen no dejan margen al aburrimiento. El bajo, pesado y obsesivo, vuelve a ser elemento capital en la sardónica Superlike, seguramente para servir como metáfora para nuestra actitud cotidiana hacia los algoritmos y demás esclavitudes de la era digital. Y la cara A es particularmente rica en caramelos dulces, pero con relleno de esos peta zetas que hacían cosquillas en la lengua. Por eso Sintagma nace en tromba y a tumba abierta, con una voz casi robótica para encapsular la pesadilla de las incertidumbres, de las malas épocas. Y por eso Fontana y Teatro son los otros dos grandes tesoros del elepé: el primero, con un entorno sonoro muy sólido, como de tarde ociosa escuchando viejos discos de The Cure; el segundo, con una intensidad dramática cercana a Depeche Mode.

 

Flop, flop, flop! apuesta ya desde el título por el pop más juguetón: voz naïf y mucho teclado barato para inmortalizar, una vez más, la vieja historia del vacío amoroso tras la ruptura. Y no olvidemos a los invitados, que tampoco se apartan de las directrices independientes: La Estrella de David para la juguetona ¿Dónde estás, Carmen San Diego?, una excursión muy tarareable de temática barcelonesa; y Marina Gómez (antes, en Klaus & Kinski) sublimando el susurro en Probando, un zambombazo de dance pop despendolado. Puede que en el chute electrónico final se le vaya algo la mano a Egea, al menos en la obsesiva Vibraciones, pero el itinerario es colorista, sagaz y, sobre todo, entretenidísimo.

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