Desengañémonos. Hace tiempo que Depeche Mode no rubrica en estudio un trabajo verdaderamente decisivo, quizá porque los referentes históricos en este sentido (Music for the massesViolatorSongs of faith and devotion…) se antojan tan estratosféricos como inalcanzables. Pero la capacidad de la banda británica para seguir provocando todavía cataclismos emocionales durante sus giras parece difícil de discutir. Para sus cuatro últimas entregas (Playing the angelSounds of the universeDelta machineSpirit, entre 2005 y 2017) han tomado por costumbre ampliar la vigencia de estos trabajos con sendos testimonios en vivo de sus giras respectivas. Y de esta ya casi tradición podemos extraer dos conclusiones importantes. La primera: Dave Gahan, Martin Gore y Andy Fletcher son conscientes de que su capacidad para escribir repertorio perenne se ha ido menguando. La segunda: la vigencia de su discurso sobre los escenarios es uno de los mayores regalos que podemos suministrar a nuestras retinas.

 

Spirit (2017) fue un disco del que, en puridad, no se puede decir nada malo, salvo que no enamoró absolutamente a nadie. Apostaba por un contenido más político y contestatario, casi enfurruñado en el caso de aquel Where’s the revolution? que ahora abre aquí la segunda entrega. Pero si el álbum era extenso y disperso, sus recuperaciones en directo le conceden una vigencia renovada. Going backwards es excelente y Cover me se reviste de una épica, con su paréntesis instrumental en mitad del desarrollo, que en la versión original solo se esbozaba. Y a los depechers les volverá locos el rescate de Useless, una excepcional pieza de Ultra (1997), casi olvidada pese a una línea de bajo tan memorable que parece prestada de The Cure. Y que además encaja como un guante con ese espíritu inconformista, casi furibundo.

 

Hay otro rescate para iniciados, el de The things you said, misteriosa y doliente, que se remonta a los tiempos de Music for the masses (1987). Y la colección permite dar soporte discográfico a la versión de “Heroes”, el celebérrimo himno de Bowie, tan grande que Gahan y Gore no se atreven a salirse del guion y consuman una lectura tan correcta como algo timorata. Justo lo que no sucede en el resto de la grabación, registrada en Berlín como aquel Live in Berlin (2014) que documentaba la gira para Delta machine (2013).

 

Aquel registro era más sombrío y cerebral, de sonoridad profunda y largo recorrido. Aquí hay más furia, más carne y sudor. Gahan profiere un mayor número de esos característicos grititos que funcionan mejor en el pabellón que escuchados desde el cuarto de estar. Y los (abundantes) momentos de karaoke son fabulosos, de los que ponen los pelos de punta. Lástima habérnoslo perdido, aunque los dos deuvedés adicionales sirvan de excelente premio de consolación.

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