Confirmado: aún hay discos que invitan a su escucha en bucle, un prodigio en sí mismo que se hace más digno de admiración en estos tiempos de consumos convulsos y atropellados. Nadie esperaba con tanta prontitud una nueva entrega del gran Josh Tillman, cuando no habían transcurrido ni 15 meses de su antecesor, pero a estas alturas quizá convenga ya señalar una sospecha: ¿pudiera suceder que God’s favourite customer deje en obra menor a ese Pure comedy que el año pasado se saludó con tanto alborozo?

 

La prontitud parece insinuar un momento de eclosión frente al papel, una incontinencia creativa que, desde luego, la extraordinaria calidad (y calidez) de estas diez nuevas canciones avala hasta las últimas consecuencias. Josh reduce el nivel de acidez y vitriolo de anteriores entregas y se muestra más confesional y vulnerable, más abierto a admitir la fragilidad que mora en ese cuerpo grandullón y ese porte de conquistador que no conoce las negativas por respuesta. Y no, nadie gana todas las partidas. Aquí hay dudas, fracasos, corazones que se deshilachan y, ya de paso, congojas existenciales, como en la impresionante Please, don’t die.

 

El tono es más sosegado y taciturno, hay poco margen para el ritmo y el tarareo, pero la belleza supura en cada frase, nos taladra como una lluvia de dardos. A veces incluso sin ornamentos de ningún tipo: The songwriter y The palace apuestan por el formato de piano y voz con resultados sencillamente estremecedores. Tillman ha encontrado una escritura atemporal e inmortal, y nunca como en este LP recuerda tanto al mejor John David Souther de los setenta. Difícil quedarse con una sola pieza pudiendo guardarnos las diez para siempre, pero Just dumb enough to try lo aúna todo: una melodía maravillosa, el sollozo frente al micrófono, esas frases que desembocan en falsete. Es enorme.

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