Lejos de las ataduras de Supergrass, una banda que le ha visto triunfar con unas hechuras infinitamente más expansivas, Gaz Coombes aprovecha sus entregas en solitario para mostrarse como un tipo maduro, reflexivo y con las arrugas propias de la experiencia. Y este Turn the card around ahonda en ese perfil más retraído y meditabundo –pero no por ello evasivo– que había esbozado ya en los magníficos Matador (2015) y World’s strongest man (2018), hasta el punto de que quizá debiéramos hablar de una trilogía sobrevenida. Y el tercer vértice del triángulo vuelve a mostrarse vigoroso y perdurable: estas nueve canciones no resultan nada propicias para el tarareo, pero en cambio invitan a la escucha minuciosa y reiterada, justo la virtud que más echamos de menos en tiempos voraces y veloces.

 

Seguramente la reunión más o menos inesperada de Supergrass durante estos dos últimos años haya saciado el hambre de estadios y mariposas en el estómago de nuestro protagonista, lo que propicia un acercamiento mucho más intenso y retraído a este nuevo repertorio. Coombes trabajó una década atrás con Nigel Godrich, y desde aquella conserva un halo a los primeros Radiohead, ya sea en Feel loop (Lizard dream) o, aún más intensamente, en Not the only things. Pero en realidad gran parte de Turn the card… nos sitúa ante el grato y nostálgico espejo del britpop de los años noventa, la época en la que él mismo ya rompía el cascarón. Por eso Long live the strange puede emparentarse con la obra seminal de Travis, con cuyo líder, Fran Healy, incluso evidencia un timbre de voz limítrofe. Y otras veces acaso se nos vengan a la memoria The Verve y, de manera mucho menos predecible, Crowded House, aunque solo sea por el parecido del título Don’t say it’s over con uno de los mayores éxitos de los australianos.

 

This love es lo más parecido a un single con un tempo razonablemente fugaz y liviano que encontraremos en el lote, mientras que Dance on echa el telón con la pátina más acústica, evocadora y prodigiosamente tristona de este cuarto álbum. Da igual que en los conciertos le sigan pidiendo Alright a voz en cuello; es incomparablemente mayor la sabiduría que, cosas de la edad, anida en estos himnos a la nostalgia.

 

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