La música de Roberto Carlos Lange es un desafío para los oídos y no digamos ya para la palabra, puesto que se ajusta a muy pocas fórmulas predefinidas y se vuelve un ente escurridizo en el intento por encapsularlo en forma de letras de imprenta y transmitir su valía, que es grande. Son ya ocho álbumes los que acumula este yanqui de sangre ecuatoriana y tan evanescente en su dirección postal como a la hora de encender la luz roja en el estudio de grabación: a su infancia en Florida siguió una larga estancia neoyorquina, pero ahora acaba de mudarse a Carolina del Norte y puede que esa nueva residencia influya en el carácter más casero, sedoso, hipnótico y recogido de estas nueve canciones.

 

Lange nunca ha ejercido como un artista de pop al uso, pero Phasor, aun dentro de sus laberintos melódicos y estructurales, resulta algo más sencillo de acotar y se arrima al dream pop con texturas electrónicas, además de otros pasajes de lounge etéreo y alguna concesión a la canción acústica, evidente en Best for you and me (que podría ser una balada al piano, aunque acaba incluyendo muchos más ingredientes) o en la muy estática –y extática– Flores, casi una oración íntima de amor, una plegaria a quien descansa al otro lado de la cama. La sugerencia, el matiz, el gusto por la pincelada delicadísima: esas son las grandes bazas de Helado Negro en los momentos más propensos al arrullo.

 

Hay otros momentos más propensos a una electrónica casi caleidoscópica, como Wish you could be here, mientras que las consecutivas Echo tricks me y Out there se escoran en esencia hacia el lado de la canción jazzística, noctámbula y medio brasileña. Y todo ello salpimentado por esa voz tenue, frágil y profundamente acogedora de Roberto Carlos, una de esas personas a las que apetecería conocer a partir de la bondad y hasta bonhomía que sugiere su figura. Un caballero de creatividad singularísima y universo fantasioso, como demuestra su LFO (Lupe Finds Oliveros), relato de un encuentro ficticio entre la ingeniera mexicana de amplificadores Lupe López y la compositora y acordeonista texana Pauline Oliveros. ¿Cómo se quedan?

 

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