He aquí, sentando cátedra sin necesidad de proponérselo, a uno de nuestros más grandes exponentes de la canción de autor. Y no, no importa que le contemplen tres décadas y pico de actividad, o una decena larga de álbumes previos. Este que ahora nos ocupa es esencial, relevante, decisivo. Y muy pegado a la realidad: Ruibal no podría haber nacido en este 2020 sin que el año se envenenara y se volviera tam endiablado como lo ha terminado siendo. Y lo que nos quede por vivir o sufrir con él.
El gaditano, bien es verdad, se ha vuelto indiscutible. El premio nacional de Músicas Actuales de hace tres temporadas certificaba una sospecha indisoluble, la que señala a este caballero como una de las voces más acreditadas en lo relativo a ingenio, chispa, creatividad y diagnóstico certero. Pero ni siquiera los más grandes aciertan siempre con sus andanadas, y así sucedió que en 2018 sus Paraísos mejores prometían más de lo que acababan ofreciendo.
Si entonces la inspiración se volvió exigua, en este Ruibal de título y contenido merecidamente orgullosos ha regresado la chispa, el ingenio, la ebullición. La puñetera pandemia ha tenido mucho que ver a la hora de obrar como espoleta, de prender la llama de la inspiración. Algo de bueno habría de tener toda esta pesadilla; en el caso del gaditano, servir como punto de partida para una colección de canciones que estallan de ingenio puro, que se regodean y burlan de todo cuanto se manifiesta a su alcance. La situación que atravesamos en todo el mundo es terrorífica, como cualquier observador advertirá. Pero Javier se saca del bolsillo los frascos de la pimienta y la sal para otorgarle un regusto lúcido y guasón a todos los versos que le han venido brotando como una hemorragia.
Porque Javier nunca ha sido un autor excesivamente prolífico, pero esta vez ha querido acreditar sus impulsos antes de que el tiempo se le echara encima. Y este resultado, Ruibal, es una joya. Utiliza el primer apellido para abrazar bajo su etiqueta a Javi Ruibal, el lúcido percusionista, y el taconeo de Lucía Ruibal. Pero hablamos de un personaje tan documentado y precavido que cuesta atreverse con cualquier análisis. Javier nos lo pone fácil: las suyas son 13 píldoras reconcentradas de ingenio, desde el amor como un fenómeno científico y estratosférico (Astronomía, Física cuántica) al reconocimiento jocoso de una morada ya muy establecida (Por San Isidro llévame a bailar un chotis) o el amor irrenunciable hacia la música, en sus más distintas formulaciones; así se testimonia con Música en vena, genuflexión generosa para con casi cualquier estilo musical contemporáneo que se tercie.
Javier incluso se entrega con Musa a las alabanzas a los compañeros de negociado, en este caso concreto a Jorge Drexler. Y admite en Soy ese que te cantaba las ansias de actuar en directo, más allá de las infinitas trabas que genera la puñetera covid. Llegará el momento en que todos estos contratiempos suenen a remota molestia ingrata. Mientras tanto, admitamos que nuestro querido trovador de Cádiz ha acertado con su tiro, a la decimotercera ocasión, muy cerca del centro de la diana.
Imprescindible siempre Javier Ruibal 🙌🏼