El talento es una energía en permanente regeneración, y seguir su rastro constituye una de las ocupaciones más apasionantes en el ejercicio de la melomanía. El talento se filtra sin remisión, como una transmisión comunitaria exenta de pesadilla, y acaba manifestándose en rincones que seguramente no atesorásemos con anterioridad en el Google Maps de nuestra memoria. Porque no resulta sencillo de antemano localizar en el atlas el municipio de Garrigoles, un pueblito del Baix Empordà que ni siquiera llega a los 200 habitantes y que sirve de cuna para este jovenzuelo, Joan Mar Sauqué, que a sus 25 años se encuentra en disposición de abordar su tercer proyecto discográfico.

 

Sí, todo lo que ha leído es correcto. Y, más importante aún, este Gone with the wind resulta ser un trabajo elegante, medido, exquisito, maduro, merecedor absoluto de nuestro disfrute. No tenemos claro a estas alturas si un muchacho de la quinta del 96 pertenece al colectivo de mileniales o debemos englobarlo como integrante de la generación Z, pero a su frescura exuberante se le suma el hecho de que este trabajo sirva como recorrido por la década de los cuarenta, lo que da idea del amplio bagaje que le asiste. Y de su escaso aprecio por los cantos de sirena de la modernidad: a Sauqué le importa mucho más la melodía, la finura, el porte impoluto de lo que ya casi carece de fecha porque se ha convertido en inmortal.

 

La alineación es austera, con la guitarra del experimentado Josep Traver y el contrabajo de Giuseppe Campisi, que se incorpora este año a la treintena. Y el referente más evidente parece el de Chet Baker, casi con carácter obligatorio, aunque las notas del disco mencionan el ascendente de Nicholas Payton y su Fingerpainting (1997), en el siempre noble catálogo de Verve. En cualquier caso, Joan Mar tira más de pureza que de filigrana. Y demuestra muchas horas de estudio frente al equipo de música: más allá de un par de incursiones en el catálogo de Dizzy Gillespie, como Ray’s idea o In the land of Oo-bla-dee, nuestro dandi sonoro gerundense ahonda en la figura de un compositor poco difundido, Tadd Dameron, y hasta hace hueco a una página original, Kitchenette across the hall, que ni su propio firmante llegó a publicar oficialmente.

 

No es este un disco de grandes riesgos, pero sí de grandes momentos. Con aroma a gran música americana y sencillez de brisa mediterránea. Y que deja las expectativas en todo lo alto. Nos hemos quedado con tu nombre, Joan Mar, y no se lo llevará tan fácilmente el viento.

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