John Fogerty es un nombre algo más que esencial del rock norteamericano con raíces, pero también uno de los personajes más desconcertantes del gremio. Después de dejar una huella indeleble de rock a la vieja usanza durante los años de la Creedence Clearwater Revival, una formación que fue ejemplo máximo de estajanovismo (recordemos, siete discos en cuatro años; tres de ellos, concentrados en 1969), emprendió su trayectoria solista al ralentí, se encontró con el insólito rechazo de un disco en 1976 (Hoodoo permanece oficialmente inédito) y optó por desaparecer abrupta y radicalmente del mapa durante una década completa. Su regreso, este Centerfield, es hijo evidentísimo de los años ochenta en cuanto a la producción, lo que parece inquietante a la hora de reescucharlo ahora. Pero es tan bueno que le perdonamos hasta los sintetizadores.

 

Fogerty era en 1985 un roquero de mediana edad que no se debía sentir legitimado para exhibir su pedigrí guitarrístico, un pudor bastante absurdo a los 39 años pero muy extendido en la época. De hecho, la nostalgia y la mirada a los años mozos se convierte en una constante durante buena parte del álbum, que además es breve y liviano: la enternecedora I saw it on TV, ese rock pantanoso tan arquetípico de The old man down the road que parece un autoplagio de sus años con CCR. Pero John es un cronista observador, lúcido, magnífico. Rock and roll girls asume todos los arquetipos del rock-de-toda-la-vida para entregar una pieza redonda, más allá de que el sonido hoy nos resulte hueco. Ya, ya sabemos que a las grabaciones de la época, fascinadas por los nuevos hallazgos de la era digital, les faltaba sudor. Pero era un reencuentro con un genio extraviado. Y Fogerty se mostraba en esencia pura, en su salsa.

 

Llegaría una prolongación infinitamente más pobre, Eye of the zombie, y otro silencio testarudo de una década larga. Centerfield queda así como una isla exuberante en mitad del ancho océano. Y su tema central, por el que aprendimos que existía un puesto denominado así en el béisbol, sigue apareciéndonos entre los más contagiosos de su medio siglo en la música. Incluso a pesar de sus palmaditas digitales. 

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