Anda tan atareado Jonathan Wilson en sus diferentes frentes de batalla, en particular la producción discográfica y su estrecha colaboración con Roger Waters, que no siempre reparamos en la relevancia de su obra en nombre propio. Quizá él mismo sea el primero en no concederse de toda la importancia o revestirse de glamour, pero este Eat the worm solo refrenda lo que ya veníamos constatando durante toda la década precedente: hay pocos cerebros tan preclaros como el suyo, tan caleidoscópicos y cautivadores, en la escena estadounidense del ya no tan joven nuevo siglo. Sobre todo porque se atiene a pocos guiones y, aunque parte de un bagaje musical abrumador, acaba logrando que todos sus discos no solo suelen diferentes a los de los demás músicos, sino también a sus propios antecesores.

 

Algunos elementos son característicos, sin duda. Más de una vez hemos revivido al divino Nilsson a través de la voz de Wilson, y esa percepción vuelve a aflorar en episodios como Marzipan o en Ol’ father time, aunque esta última se vuelve jazzística y misteriosa. Los paisajes acústicos del Laurel Canyon, otra especialidad de la casa, reverdecen en Hollywood vape, una entrega con la que la garganta de nuestro Jonathan Spencer parece un híbrido entre David Crosby y… ¡Cat Stevens! Pero más inusual en el canon del artista es el aire entre electrónico y psicodélico de la sorprendente Bonamossa, o el pop orquestal y casi cabaretero de The village is dead, que se desarrolla a tumba abierta.

 

Y luego están, claro, los momentos que en Eat the worm merecen capítulo aparte. Las evocaciones de Pink Floyd se vuelven evidentes en el tramo final del trabajo, desde B.F.F. a Ridin’ in a jag, porque la exposición a The dark side of the moon acaba calando, filtrándose y alcanzando los mismísimos tuétanos de este sexto álbum. Y a ello debemos añadir los dos títulos más estratosféricos de la colección, el bellísimo aire abolerado y extático de Wim hof y esa borrachera de pop progresivo con un enloquecido saxo de free jazz que convierte Charlie Parker no tanto en homenaje como en prodigioso delirio.

 

No ha manufacturado el de Carolina del Norte su disco más instantáneo, una cualidad que sí resaltaba en su inmediato antecesor (Dixie blur, 2020). Pero es muy emocionante esa sensación de creatividad plural y efervescente, de que con él nunca podemos predecir por dónde vendrán los tiros.

2 Replies to “Jonathan Wilson: “Eat the worm” (2023)”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *