Quienes vivimos aquella gira de 2018, incluso con la deliciosa oportunidad de repetir, no la olvidaremos nunca. Era una experiencia tan integral y absorbente que nos acompañará mientras rijan nuestras entendederas. Y todo ello, por gentileza de un hombre bien entrado en los setenta, un tipo que llevaba un cuarto de siglo sin entregar material nuevo hasta que en 2017 tuvo a bien agasajarnos con Is this the life we really want?, lo más cerca del sonido clásico de Pink Floyd que podremos volver a sentirnos. Aunque el papel de Roger Waters en la historia de la música es tan colosal con aquel póker de álbumes clásicos de su banda –The dark side of the moonWish you were hereAnimalsThe wall– que poco más de relevancia podrá aportar a su currículo.

 

Lo vivido era, ante todo, una experiencia colosal, una bofetada audiófila como la memoria no atina a encontrar otra semejante. El sonido como sacudida abrumadora: desdeñar su valor sería tan absurdo como el panadero que no le concede importancia a la harina. La plasmación discográfica de aquello se convierte ahora en un souvenir indispensable. Y en espoleta para las pieles de gallina también entre aquellos que no fueran testigos de lo sucedido un par de primaveras atrás.

 

Waters no aporta excesivas novedades. De acuerdo, hemos escuchado millones de veces aquellos cuatro discos imperecederos que se sucedieron entre 1973 y 1980, y las variaciones sobre los originales son muy sutiles. El soporte audiovisual es llamativo pero no inaudito. ¿Y qué? El dúo vocal de las dos coristas (Jess Wolfe y Holly Laessig: el dúo Lucius) en The great gig in the sky es de una belleza sencillamente inabarcable. Wish you were here siempre nos llenará las cuencas de lágrimas. Y los mensajes de “resistencia” del intermedio, contra el neofascismo o el fundador de Facebook, representaban un grito en letras rojas justo cuando en cualquier gran evento solo cotiza al alza la cerveza. Waters será un viejito rico, pero no acomodado.

 

Los 20 minutos de pausa en la gira representan aquí el salto del primer cedé al segundo. Y este nos brinda un amplio repaso de Animals a partir de Dogs y Pigs, dos piezas extensas, incómodas, perturbadoras y, cuarenta y tantos años después de publicadas, quizá más vigentes que nunca. La pasarela central que descendía del techo, parecida a la de U2 en la gira de Innocence + Experience, era una virguería que podemos revivir en la versión filmada, que rubrica el propio Waters junto a su inseparable Sean Evans. Pero el auténtico motivo de pasmo, puesto que en nuestro lector de compactos no precisamos de imágenes, es el trabajo a la guitarra del mismísimo Jonathan Wilson (“ese jipi residente que debe haber en toda banda”, bromeaba Waters), un fichaje que ni el de Iniesta por el fútbol japonés. Wilson hace de David Gilmour y se gradúa con nota.

 

Alguno pensará de Us + Them que es el enésimo álbum en directo en torno al legado de los Floyd. Es cierto; tan cierto como que se trata de un documento indispensable. Entre el repertorio de estreno, Déjà vu resiste las comparaciones con cualquiera de los clásicos. Nuestro ilustre protagonista lo habría tenido muy fácil para no meterse en berenjenales, pero jamás, y menos ahora, ha mostrado intención de callarse. Si además su esfuerzo por acercársenos y enardecernos se prolonga durante estas dos intensísimas horas de música, resulta muy difícil adjudicarle algún reproche. Roger ha envejecido bien; su obra, aún mejor. Que él y que todos nosotros.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *