Se ha embarcado Luis Moro en una aventura insólita, poco frecuente y no exenta de riesgos con este Norteamericana aquí. Acreditada su buena escritura propia en anteriores entregas, el artista coruñés afronta la adaptación al castellano de hasta 10 canciones de eso que ahora conocemos como americana y que hasta hace algunos años abrazábamos bajo las etiquetas del rock con raíces o country alternativo. Los escogidos son nombres muy queridos entre los amantes del género, desde Wilco a Calexico, Iron & Wine, Ai Difranco o Devendra Banhart, de manera que el sobreesfuerzo de conducir los originales hasta otro idioma no especialmente parejo parece un evidente acto de reconocimiento y amor hacia los artistas que han venido alimentando durante esta última década las musas en la habitación de nuestro protagonista gallego.

 

El resultado es muy meritorio, aunque inevitablemente desigual. Moro se ha tomado la molestia de rebuscar en los cancioneros de sus ídolos y ni siquiera opta por los títulos más evidentes o difundidos de sus repertorios: puestos a evidenciar la devoción que siente por ellos, mejor hacerlo desde esa posición de conocedor minucioso. Y acercar a nuestro idioma piezas yanquis cuyo significado último se le podría escapar a más de un hispanoparlante representa un esfuerzo divulgativo loable y delicioso. El único problema de Luis es que aborda su cometido con tanto celo que, en el empeño de preservar la literalidad, no siempre respeta los acentos, pausas y fraseos propios de la lengua castellana. 

 

Hay adaptaciones deliciosas, como Aquí conmigo (Here with me, de Eilen Jewell) o los dos cortes, quizás, más difundidos del lote, Un ala (One wing, Wilco) y Ceniza y humo (Cinder and smoke, Iron & Wine). Pero las estructuras métricas y gramaticales se tambalean a ratos en Nunca habías visto tantas cosas buenas (Never seen such good things, de Devendra Banhart) o el clásico reciente de Calexico La chica del bosque (Girl in the forest), en este último caso con la mala elección de esa pieza como tema inaugural del álbum.

 

Moro aporta sangre nueva a Río Harlem (Kevin Morby) o Billie Holiday (Warpaint), dos páginas de fan, lo que refuerza la idea de que Norteamericana aquí constituye un festín, ante todo, para sí mismo. Y hace bien, porque el disfrute ajeno solo es imaginable desde el propio. Incluso logra casi siempre ese difícil equilibrio entre la versión netamente reconocible y la reinventada. Norteamericana aquí, bien tocado y resuelto, es un acto de amor hacia una nómina de artistas (añadamos Sharon Van Etten y Joe Henry) que nos han dado abundantes discos esenciales y muchas noches de gloria en los escenarios españoles en lo que va de siglo.

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