No debe resultar sencillo extender los bártulos en el estudio para abordar el disco número 28 de una trayectoria que se prolonga desde hace cuatro décadas, y menos aún si ese bagaje colosal incluye la herencia de una de las bandas más importantes de los ochenta (Duncan Dhu: palabras mayores) y unos cuantos trabajos en solitario de no tanta repercusión pero sí evidente relevancia. Lo más maravilloso de Septiembre es que Mikel Erentxun aborda esa tarea con el entusiasmo propio de un recién llegado y la generosidad de quien se abre el corazón, vacía los bolsillos y muestra su trabajo a pecho descubierto.

 

Puede que no se sostenga la teoría de que estos 54 minutos equivalen a un elepé doble, a la vista de su extensión y de que tres o cuatro de sus 18 canciones son auténticas miniaturas, pero queda claro que Septiembre es la obra pletórica, rutilante y orgullosa de un veterano que se entrega a los demás con el fervor de un chiquillo pero ni olvida ni disimula su ya cercana condición de sexagenario. No hay reinvención aquí, porque Erentxun nunca ha jugado a ser lo que no es –ni generacional, ni sentimental ni emocionalmente–, pero sí rejuvenecimiento. Y nada mejor para ello que rodearse de una chavalada cómplice y magnífica, con los dos integrantes de los extraordinarios Rufus T Firefly (Víctor Cabezuelo y Julia Martín), Daniel Ruiz, líder de Reme, y su compañero Sam Barltrop como bajista. Cualquiera de los cuatro podría ser hijo de Mikel, en términos generacionales, y esa química poderosa que proviene de la admiración se transforma en un sonido cálido, cercano y rabiosamente analógico. Todo un corte de mangas a tantas patrañas sobre la modernidad barata e impostada.

 

Hay vida más allá de los sampleados y el autotune, en definitiva, con independencia de la legitimidad de cualquier herramienta como elemento de expresión artística. Pero Septiembre es un disco que mira con orgullo al sonido orgánico de los últimos sesenta y primeros setenta; que coloca a los Beatles –juntos o por separado–, Bowie, Dylan, Elton John y hasta Harry Nilsson en un altar sacrosanto e inalcanzable y que renueva la fe en el pop cristalino, en el lisérgico y en algunas gotas de glam como referentes máximos con los que seguir creyendo en la música y, por consiguiente, en nuestro propio itinerario vital.

 

Algunas referencias son clamorosas, como ese Flores y café que se mira en el espejo de Harrison y su My sweet Lord con la admiración y el descaro de quien juega a plagiar la canción condenada por plagio. Otras son más sutiles, si pensamos en cómo Cierre de emergencia se aproxima al cálido pop progresivo de los Moody Blues o Procol Harum. Y hay nostalgia con sólidos argumentos en páginas como Tren a Marte, que suena a T. Rex, explicita el dolor por la ausencia de Bowie, Tom Petty o Lou Reed y refrenda que Erentxun, después de tantos años sin confesar en su propio talento como letrista, se ha graduado ya en esa disciplina. Y ahí están líneas afiladas como “Zumo de uva y lorazepam / un pasaporte a la eternidad” para dejar constancia (eterna) de ello.

 

El genio melódico de Mikel, esa capacidad suya para la canción sencilla, transparente y memorable, aflora en todo su esplendor en Tú y yo, un mano a mano candoroso y empático con Anni B Sweet, aunque conviene subrayar que esta malagueña en estado de gracia –otra militante intergeneracional para la causa erentxuniana– aporta sabrosas segundas voces en seis o siete cortes más. Pero mencionemos algún otro episodio esencial. La balada Pensando en ti (cuando lo urgente es vivir), homenaje póstumo, bello y muy emotivo a Pau Donés, es el ejemplo más flagrante de que Septiembre se ha escrito no ya frente al piano, sino después de haber escuchado previsiblemente muchos viejos discos de Elton John o de Carole King. Oh, Siena reincide en la fórmula de la balada pianística, sentimental, de vieja escuela y con destinatario muy cercano, en este caso la hija que emprende “vuelo libre”, aunque el enfoque es el contrario al de aquel compungido “Qué va a ser de ti, lejos de casa” serratiano. Y Los días que no vivimos reedita el gusto largamente acreditado por la vertiente menos torturada de los Smiths.

 

Hay mucho que escuchar, en fin, en este decimotercer álbum en solitario (el cómputo puede variar) del donostiarra, que tampoco desaprovecha la ocasión para deslizar algún homenaje a su ciudad (Si no es por ti) y evidenciar que su música, como buen orvallo norteño, va calando hasta metérsenos en los huesos. A Mikel hay que escucharle hasta las últimas consecuencias y, por supuesto, hasta el último minuto. De lo contrario nos perderíamos la fiera Ladridos en el pecho, su particular Get it on (ojo con la incorporación lírica de aquel “Ángel de la guardia, dulce compañía” de las catequesis), o los solemnes seis minutos finales de Cuando éramos ayer, que parecen, en su deriva psicodélica, un guiño evidente al último tramo de Abbey road. Qué bien le están sentando las canas a este sabio maduro con alma de chavalín.

3 Replies to “Mikel Erentxun: “Septiembre” (2023)”

  1. Estoy deseando escuchar el disco, los singles me gustaron mucho, igual que tu reseña me dejan los dientes largos. Es un placer escuchar a Mikel, siempre esta ahí.

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