Sí, ya sabemos que el canon señala el (en todos los sentidos) monumental All things must pass (1970) como el gran disco en solitario de Harrison, y hasta puede que el mejor de cuantos álbumes llegaran a grabar por su cuenta cualquiera de los cuatro Beatles. Todo ello está muy justificado y a estas alturas resulta seguramente irrefutable, pero este esperadísimo sucesor (que, por extraño que parezca, vendió mucho pero cayó enseguida en el olvido, como si de una obra menor se tratase) disponía de una baza contra la que ningún otro álbum puede competir. Se titula Give me love (Give me peace on Earth) y no hay manera de encontrar mejor argumento para la emoción en ninguno de los álbumes de los Fab Four. Es ternura en estado puro; irradia una espiritualidad que podemos abrazar desde los crédulos a los más escépticos, incluye la quintaesencia del sonido slide que el Beatle Silencioso patentó en aquellos años y hasta puede propiciar que hurguemos en la memoria sentimental de cada cual; en aquella bendita tarde infantil, pongamos por caso, en que algún amigo de la familia acertara a incluirla en una selección para determinada vieja casete virgen de marca blanca. Aunque por aquel entonces, evidentemente, no sabíamos qué demonios era eso.

 

Recapitulemos. Living… puede resultar demasiado solemne hasta en su título, pero incluía también la joya acústica Don’t let me wait too long, traía a la memoria el Across the universe de sus antiguos compañeros con The day the world gets round y tiraba de su consabido humor, o mala baba, para Sue me, sue you blues. Incluso había hueco para Try some, buy some, que Harrison había ofrecido por aquel entonces a Ronnie Spector.

 

George venía de haber organizado con notable éxito The concert for Bangla Desh, el primer gran evento solidario en la historia del rock. Y Living… se erigió solo un año más tarde, como sugiere The light that has lighted the world, un disco que ilumina. Eso tan necesario. Y tan definitorio de su firmante, un hombre nada exento de contradicciones, tan bondadoso y en apariencia absorto y dócil como propenso a sentimientos igual de humanos pero menos noble: la ira, pongamos por caso. Pero la espiritualidad que late aquí no hace distingos entre razas, credos o filiaciones. Es un mensaje de esperanza ante el trance de nuestra fugaz estela en esta “vida material”.

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