El mundo andaba allá por 1967 inmerso en el Verano del Amor, la contracultura y todas esas vainas, pero no todos decidieron alinearse con la revolución lisérgica. Entre los disidentes merecen mención especial nuestros adorables Peter Yarrow, Noel “Paul” Stookey y Mary Travers, que provenían de la órbita de Pete Seeger, habían popularizado pocos años atrás aquello de “Si yo tuviera un martillo / Un martillo por la mañana, un martillo por la tarde…” y siguieron la guerra por su cuenta, demasiado lejos de tanta algarabía y realidades alteradas. Lo curioso es que este Album 1700, séptima entrega del angelical combo, también pretendía de algún modo ajustarse a los nuevos cánones, erigirse en el Sargento Pimienta para los cachorros de Newport. A su manera, insistimos, porque nuestros tres magníficos del folk habrían bordeado seguramente el ridículo si les hubiese dado por prenderse flores en el pelo y abrazar un estilismo de cenefas y estampados. De hecho, la tarjeta que presentaba el elepé, I dig rock and roll music, quiso certificar su admiración por esas generaciones más jóvenes, pero nunca vimos claro si ese remedo de The Mamas & The Papas quedaba más cerca del homenaje o de la (involuntaria) parodia. El disco, aun con sus titubeos y contradicciones, hoy funciona como un anacronismo delicioso, un apunte al margen de la historia oficial de aquellos tiempos tan bien documentados desde la perspectiva de la vanguardia. Era original en el título, que se refería al número de registro de Warner (Yes harían lo mismo 16 años después con su 90125), aunque en una época de códigos y revelaciones más de uno se exprimió las seseras en busca de algún significado oculto. Contaba con una nutrida nómina de músicos colaboradores, frente a la desnudez folkie de la formulación original. Se abría y cerraba con dos temas bellísimos, el ajeno Rolling home y el propio The song is love (porque “el amor es todo lo que necesitas”, ¿no es cierto?). Deslizaba una lectura del primerísimo Dylan, Bob Dylan’s dream, que podría haber figurado en cualquiera de las entregas principales. Y aportaba, ay, el título más maravilloso de John Denver, hombre de excesos con la melaza pero autor de este Leaving on a jet plane que nos obliga a no rechistar ni un segundo sobre su legado. De acuerdo, en Album 1700 también se coló la infantil (en todos los sentidos) I’m in love with a big blue frog, pero Los-Más-Grandes habían grabado solo un año atrás no sé qué historia sobre submarinos amarillos. Así que… no dramaticemos.

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