Pol Wagner (nombre real: padre alemán que conoce a una mujer catalana y se traslada a Girona) era un joven aplicado, cabal y de vida normativa, un publicista acaso llamado a las sendas del triunfo, cuando decidió aparcarlo todo para dedicarse a su verdadera gran pasión: la construcción no de grandes eslóganes, sino de pequeñas y estupendas canciones. No sabemos cuántas ventas han dejado de conquistar los potenciales clientes de Wagner, pero nos felicitamos sobremanera de su viraje vital. De otra manera nos habríamos quedado sin este debut encantador y delicado, la crónica de un muchacho de 31 años al que le bullían demasiadas ideas en la cabeza como para encauzarlas solo a través de la mercadotecnia.

Songs against interest es un hallazgo feliz, el catálogo de un chico observador y sensible que parece ensimismado pero no deja de contemplar con ojo lúcido y atento a este mundo paradójico que le rodea. Parece claro que ha escuchado hasta la extenuación a los grandes autores estadounidenses de la canción masculina contemporánea, desde Sufjan Stevens (muy presente en Something to say, incluso en el timbre de voz) hasta Elliott Smith, cuyo sentido melódico retraído se parece mucho al de Wars, sin ir más lejos. Las semejanzas siguen detectándose en no pocas ocasiones, pero ello no resta emoción al paisaje lánguido y camerístico de Hope, al gusto por los compases ternarios, a un preciosismo sin aspavientos.

Se atreve incluso Pol a subir el metrónomo e incorporar una caja de ritmos en Nobody’s perfect, para aportar unas gotas de humor animoso a la fórmula. Hay mucho de eso que ahora se ha dado en llamar bedroom pop en la obra de un artista que acaba de ser papá y reside en un pueblito de 150 habitantes, un entorno propicio para la introspección y las grabaciones de producción muy liviana. Queda ahora el reto, para un futuro nada lejano, de un disco más arropado y ambicioso. La excelencia de muchas de estas páginas (Someone different, Fires) hace que el empeño se antoje muy apetecible.