Nunca pueden ir del todo mal las cosas en un álbum que se permite la (deliciosa) chulería de abrir con un comienzo falso, el de ese marrullero tema central que se frena en seco y solo echa a andar de verdad a partir del sexto segundo. Es un guiño delicioso de autenticidad, el ADN de una banda que conserva el músculo y, sobre todo, la veracidad, justo cuando Chrissie Hynde, jefa mayestática del rock femenino, celebra su cuadragésimo aniversario en el oficio.
Lo suyo es lo que se dice mando en plaza. El año pasado se permitió, por ser quien es, un desconcertante trabajo en solitario (Valve bone woe) con versiones y debilidades personales. Un capricho, y que nadie rechiste. Ahora se remanga las mangas de la camisa para pegar un puñetazo en la mesa. Salvaje, a tenor de que las vibraciones todavía nos retumban en los tímpanos. Hate for sale, expeditivo y fulgurante, solo precisa de 10 canciones más bien breves (por los pelos, media hora) para dejar claro que esta mujer sigue siendo la mejor de su especie.
Lo que más diferencia Hate for sale de su antecesor, Alone, es que allí había un empeño más individualista y vagamente experimental, con Dan Auerbach tras la mesa de mezclas, mientras que aquí un viejo conocido como Stephen Street se encarga de meter el turbo por el carril central. Hynde no pretende innovar ni inventar, sino más bien procurarse en cumpleaños dichoso y alborozado ahora que se cumplen justo cuatro décadas desde aquel Pretenders revolucionario y brutal. De ahí que se quintaesencien las especialidades de la casa: el rockabilly para Didn’t want to be this lonely, el jugueteo con Jamaica en Lightning man, el punk-rock de Hate for sale, la chulería innata para Turf accountant daddy (escuchen a Chrissie conminándonos: “Hey, babie. You wanna dance? Come in!”. A ver quién se atreve a llevarle la contraria). Y, por supuesto, los guiños a Back on the chain gang que incluye The buzz, el primer sencillo, y esa monumental balada soul que lleva por título You can’t hurt a fool: superior a Hymn to her y varios años luz por delante de la empalagosa Forever young.
Puede argumentarse que Junkie walk es algo infantil para la excelencia de su firmante. O que Crying in public ofrece mejores arreglos de cuerda que argumentos sólidos de partida para enamorarse de la canción. Pero Hate… suena a banda hecha y derecha. Martin Chambers, el batería original, atiza todo lo fuerte que sea preciso. Y James Walbourne, brillantísimo guitarrista que podría ser hijo de la lideresa, se encarga de mantenernos muy enchufados. Un trabajo excelente, sin rodeos ni empeños por reinventar la rueda.