Cuesta creer, y más aún asumir, que se cumpla ya un cuarto de siglo en la trayectoria solista de Rodrigo Leão. Porque nos asiste la memoria y ahora bien podemos admitirlo: nosotros andábamos ya ojo avizor y pensamos, como pensaron casi todos, que el solista incurría en suicidio desligándose de Madredeus cuando aquellos lisboetas parecían ungidos por la magia. Eran una banda evocadora, poética, fascinante en la creación de aquel universo singular, de su blanco y negro con mucho grano, de una ‘saudade’ lusitana y universal, popular y camerística. Y en esas, en la cumbre del discurso, uno de sus promotores opta por desligarse. Estaba en su derecho, claro, pero ahora comprendemos que hizo muy bien. Madredeus se desdibujó hasta el garabato, cuando no la caricatura, y Leão fue afianzándose como uno de los compositores con más encanto de la música de cámara, la banda sonora con o sin película y la canción pop de frac y pajarita. De todo eso hay en esta antología holgada (30 títulos, 108 minutos) que traza uno de los resúmenes posibles para estos cinco lustros. Rodrigo siempre ha sabido encontrar aliados para la envidia cuando quiere hurgar en la alquimia inagotable de estrofas y estribillos: Beth Gibbons, Neil Hannon (“Cathy” es de una belleza inmortal), Stuart Staples, Joan as a Police Woman, Ana Vieira o, claro, Scott Matthew, con quien fraguó un maravilloso y no suficientemente divulgado álbum a dúo. El segundo cedé se centra sobre todo en piezas instrumentales y para películas (“Cinema” se titula, elocuentemente, la pieza inaugural), y muestra la principal virtud de nuestro hombre: hacer que la emoción parezca cosa sencilla. No lo es, claro, pero en esa facilidad para atrapar al oyente, para seducirlo e introducir en la tela de araña de sus partituras, radica mucho de su encanto. Muy superior al de Ludovico Einaudi, con el que a veces se le compara. Y bien alejado de los corsés de las bandas sonoras puras, que tantas veces parecen autorreferenciales. Con Rodrigo no hay margen a la atonía: sus caricias sonoras son de las que acaban erizando el vello.

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