Roger O’Donnell es desde hace más de tres décadas, aunque con algunos paréntesis, el teclista de The Cure. Ello significa que disfruta de importantes periodos para dedicárselos a sí mismo, en vista de que el bueno de Robert Smith, otrora genio prolífico, lleva sus dos buenos lustros sin entregarnos ese nuevo álbum eternamente anunciado y demorado. 2 ravens es una escapatoria del mundanal ruido, una desconexión en toda regla. Y una demostración maravillosa de versatilidad: detrás del hombre que ofrece el sustento arquitectónico a uno de los sonidos más ampulosos del pop-rock mundial se encuentra un finísimo artesano de la música de cámara contemporánea.

 

Dicho de otro modo: los admiradores de clásicos como Boys don’t cry o Friday I’m in love no tienen por ello ni un solo paso del camino adelantado a la hora de adentrarse en estas ocho piezas (cuatro instrumentales y cuatro enriquecidas con la voz de Jennifer Pague) que O’Donnell fue perfilando y modelando en sus escapadas por la Inglaterra más campestre. 2 ravens es un canto al atardecer, el claroscuro y la bruma, al sosiego frente al ajetreo alborotado, a la belleza más íntima y esencial. Y es un disco tan hermoso como humilde: Roger ha trabajado siempre para formaciones muy pomposas, y antes prestó sus impagables servicios en Thompson Twins, Psychedelic Furs o Berlin, pero aquí prefiere en todo momento la discreción, la quietud, el susurro.

 

2 ravens es, por todo ello, una nota al margen en la trayectoria de un obrero aguerrido del rock para pabellones. Satisfará mucho más a quienes admiran a Ryuichi Sakamoto, David Sylvian o Julia Holter, por despejar el horizonte, que a las decenas de miles de seguidores españoles que agotaron una vez más las entradas para The Cure, a finales de 2016, a sabiendas de que Smith carecía de munición novedosa que ofrecerles. O’Donnell es tan generoso que el gran protagonista sonora de la obra es el violonchelo, no su propio piano. Todo sea por capturar la respiración pausada de la vida al raso. Da igual, en el fondo, que nos situemos en la campiña británica o en la España vaciada. He aquí, para cuando podamos emprender camino, una magnífica banda sonora.

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