Hay algo en la música de Sharon Van Etten que la asemeja a la lluvia fina y perseverante. Algo muy orgánico y sutil que se va filtrando en la tierra, capa por capa, y no cesa hasta que termina por calarles los huesos a quienes escuchan. Acontece así, y de una manera muy acusada, en este sexto trabajo de la sacerdotisa serena y misteriosa de Nueva Jersey, una mujer muy capaz de emocionar sin desencajarse ni recurrir a los aspavientos. Y puede que en ese apartado, el de la confesión y el temblor, el de la vulnerabilidad y las fuerzas de flaqueza, nunca hubiese llegado tan lejos nuestra protagonista, a la vez tan discreta y tan carismática.

 

Habrá influido su cumpleaños número 40, intuimos, pero We’ve been going… se suma a la ya larga, creciente e imparable nómina de trabajos impregandos de la amarga incertidumbre pandémica. Su música es frágil y etérea, y no queda claro si más extática que expectante o a la inversa. No arrebata, pero conquista de pura desnudez, de sinceridad a plomo y fuego. La imprescindible en el caso de una mujer que acaba de mudarse a California, en el otro extremo del mapa estadounidense, y se encuentra súbitamente enclaustrada en casa junto a un chiquillo de tres años y a una pareja con la que iba a celebrar un matrimonio que ha de posponerse por causa (muy) mayor.

 

Es necesario escuchar estas 10 canciones en orden, seguidas y en clave de rearme. Son una crónica del camino hacia la luz y la resiliencia, de cómo encontrarle un resquicio a la esperanza. Por eso el disco empieza planteante como una inquietud y desemboca en un éxtasis memorable a partir del séptimo corte, Come back. Esas cuatro canciones finales son lo mejor no ya del álbum, sino de todo el pop en clave solemne que nos viene dejando este 2022.

 

No estamos ante un disco de exitazos ni sencillos, y de hecho los que había adelantado Van Etten en meses anteriores (Porta, Used to it) han desaparecido del repertorio. Nos queda el toque casi bailongo de Mistakes, lo más animoso y adictivo del álbum en términos convencionales. Pero la belleza brutal se adquiere en Far away, exacerbación del dream pop a lo Elizabeth Fraser, y en la desnuda y abrumadora Darkish: voz, guitarra… y pajaritos. A la manera de aquellos discos de folk desde las campiñas inglesas, pero con una melodía tan acongojante como las de un Thom Yorke sumido en el desconcierto. Tan pequeño todo, y a la vez tan enorme.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *