Hay discos objetivamente emblemáticos, referencias que el tiempo certifica como ineludibles y sobre las que se afianza un consenso generalizado. Y luego existen los emblemas personales, aquellas obras que, por motivos a menudo difíciles de precisar, se erigen en fundamentales a título particular. Este Y ella cerró sus ojos pertenece al segundo apartado, tanto como para haber llegado a echar de menos a su firmante, que desapareció de la escena discográfica en 2004 y en torno a la que, obviamente, no existe ningún vínculo directo.

 

Quizá fuera esa deliciosa estela de fragilidad que este disco trazaba ya desde el título y la portada, donde la sueca, claro, no solo cerraba los ojos con gesto entre concentrado y de pesadumbre, sino que lucía un abrigo tan aparatoso que parecía necesitada de complicidad, de protección. Stina cantaba con un hilo de voz, casi como si el hecho de emprender la interpretación le produjera una sensación de pudor casi insuperable. Era fácil encontrar paralelismos en su timbre con el de Rickie Lee Jones, pero, en comparación, la de Chicago parecía adscribirse al bramido. Con Nordenstam todo era finura, una delicadeza casi quebradiza, la constatación de que su escuchaba invitaba al abrazo, a la procura de un cobijo.

 

Cantaba, digámoslo así, como quien ronronea. Y ese temblor de cristal finísimo acababa convirtiéndose en un puro prodigio.

 

Kristina proviene de Estocolmo y ni siquiera había cumplido los 25 años cuando entró al estudio para registrar este segundo elepé. Su antecesor, Memories of a color, ya era un gran ejemplo de sutileza nórdica, pero este le superaba en casi todo. La piedra angular era Little star, pegadiza desde parámetros en teoría nada contagiosos, pero lo bastante hipnótica y embriagadora como para que acabara colándose un par de años después en la banda sonora del Romeo y Julieta de Leonardo di Caprio: nueve de cada diez aficionados que aún recuerdan a Stina la asocian, a buen seguro, con esta circunstancia. Pero And she closed…no perdía el pulso a lo largo de sus casi 50 minutos, e incluía dos emblemas, casi como haz y envés, sencillamente extraordinario: la abrumada So this is goodbye, delicadísima y con un sutil deje de bossa, y la inyección de autoestima que a renglón seguido proporciona Something nice.

 

La sueca perdería el hilo un par de años después con Dynamite, un sucesor de corte más industrial y afilado que, en un intento de reformularse, solo sirvió para desdibujar sus coordenadas más características. Pero And she closed her eyes siempre será su gran refugio, un dulce albergue del alma.

 

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