Hay algo de western onírico en este álbum de The Coral, un trabajo de belleza frágil e inusual, una de esas obras que, por diferentes y sutiles, acaban volviéndose particularmente adorables. En realidad, los de Merseyside ya habían aprovechado 2023 para dar forma a otro álbum, el más excéntrico Holy Joe’s coral island medicine show, un muestrario de jugadores, forajidos y gentes de mal vivir que, por aquello de nadar a contracorriente, ni siquiera se han molestado en colocar en las plataformas de streaming. Pero la gran joya de la corona es esta obra tan virada a sepia en el espíritu como en su carátula: la preciosa llamada a la melancolía de unos enormes creadores de canciones que no tienen reparos a la hora de afrontar la edad madura y las dos décadas largas de actividad discográfica.

 

El nuevo cancionero de James Skelly es, con probabilidad, el más melancólico y reposado que ha salido hasta ahora de su libreta, pero su encanto se multiplica exponencialmente con una alianza que suena tan natural y enriquecedora como para preguntarnos por qué no habría tenido lugar con antelación. El aire camerístico, evocador y decadente recuerda a High Lamas porque es justo su artífice, Sean O’Hagan, quien asume el reto de aportar arreglos y orquestaciones, de sublimar la belleza con el trazo fino de su escritura tan preciosista y delicada como siempre. Y el resultado es tan espectacular como si un Brian Wilson tristón y rejuvenecido regresara de su retiro para alegrarnos los pabellones auditivos.

 

Los juegos de armonías vocales remiten a los Beach Boys de la misma manera que esa congoja a la antigua usanza nos coloca frente al espejo de Lee Hazlewood. Skelly, el hombre expansivo que al principio de su carrera nos hacía canturrear con Dreaming of you, es hoy un tipo con la serenidad y el empaque de sus 43 años, con el pulso grave que hace de Cycles of the seasons o Faraway worlds parte de la nómina de páginas ejemplares para engrosar su currículo.

 

No es tanto Sea of mirrors un compendio de 13 cortes como un ciclo de canciones; tres de ellas tan breves, de hecho, que hacen las veces de transición para una especie de banda sonora imaginaria. Quienes empezaran a echar de menos esa añoranza evocadora que destilan los elepés de Fleet Foxes cuentan ahora con una versión británica de esa misma película. Porque este Sea of mirrors parece justo eso, una historia musical que solo espera un spaguetti-western intimista y polvoriento para encontrar todo su significado.

 

 

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