A sus 74 años, George Ivan Morrison tiene las santas narices de entregar hoy su sexto álbum de los últimos tres años, una cota de estajanovismo sobre la que la memoria no acierta a encontrar parangón en la historia de la música popular. Un nivel de productividad así, y más en un hombre septuagenario, puede que aliente un cierto escepticismo, la impresión de que el genio norirlandés se ha embarcado en una desenfrenada carrera contra el tiempo y está dispuesto a entregar trabajos precipitados, innecesarios o, cuando menos, accesorios, más si tenemos en cuenta que todos ellos superan el listón de los 60 minutos y se convierten en discos dobles en el formato de vinilo. El razonamiento tiene su lógica y las sospechas son perfectamente lícitas, pero sucede que estos Tres acordes y la verdad, un título casi más propio de un manifiesto que de un elepé, tienen toda la legitimidad para perfilarse como el mejor trabajo de su firmante a lo largo de este nuevo siglo. A diferencia de las cuatro entregas anteriores (Roll with the punches y Versatile, en 2017; You’re driving me crazy y The prophet speaks, de 2018), Three chords… no es un pasatiempo nutrido en su inmensa mayoría de versiones, propias o ajenas, sino que sus 14 nuevos títulos son flamantes incorporaciones al catálogo del más ilustre hijo de Belfast. En ese sentido, este disco constituye más bien la prolongación de Keep me singing (2016), una obra que en su momento sorprendió por su soltura y solvencia, y a la que este disco número 41 (¡si no nos fallan las cuentas!) supera en casi todo. Es indudable que al Tío Van debemos juzgarle hoy en consonancia con su edad y momento histórico, y que aquel cerebro deslumbrante que fue capaz de encadenar Astral weeks, Moondance, His band & the street choir, Tupelo honey y St. Dominic’s preview resulta hoy inalcanzable no solo para él mismo, sino para incluso el más brillante y preclaro de sus émulos. Pero Three chords… propicia una experiencia cálida y gratísima, con el propio Morrison encargado de ese característico sonido en el que todo suena cercano y carnal, pero sin necesidad de estridencias. Para alegría de sus editores, además, casi todo el trabajo se enmarca bajo las coordenadas del soul, el rhythm ‘n’ blues o eso que el mismo George Ivan dio en denominar “celtic soul”, mientras que las incursiones en el blues clásico, muy de su gusto pero más áridas para el común de los escuchantes, se restringen prácticamente a You don’t understand. Baladas y tiempos medios marcan esta vez la pauta, con varios títulos fabulosos en lo que no resulta difícil percibir ecos de piezas anteriores del propio Van. Dark night of the soul, un primer sencillo más bien adorable, se queda cerca de So quiet in here; In search of grace sigue el canon que definía a principios de los noventa Why must I always explain y, por si quedara algún despistado entre la audiencia, Un on Broadway calca prácticamente la mítica línea de bajo de Into the mystic. Y así, resulta difícil interiorizar la idea de que nos enfrentamos a un LP de 68 minutos de duración, porque lo normal es que se nos pase en un vuelo. Más aún con el aliciente de descubrir la soberbia Fame will eat the soul, que reformula una vieja obsesión de Van (la futilidad de la fama en el artificio artesano de las canciones) y sirve para certificar su química, descomunal, con el superviviente de los Righteous Brothers. No sabemos cuánto fuelle le quedará a nuestro Tío Vinagre para continuar en este empeño de engrandecer su abrumadora trayectoria y una discografía a estas alturas ya casi inabarcable. Solo queda claro que Three chords & the truth no es un mero pasatiempo para su autor, sino el empeño de ser querido como se merece.
Gracias por la recomendación. No tardaré en disfrutarlo. Van ya solo es comparable con él mismo.
Solo un poco en broma, sostengo que los últimos discos de Dylan serían maravillosos si los cantara Morrison.
Salud.