El reino de Xabier Zeberio también es de este mundo, pero se circunscribe a rincones tan recónditos y poco explorados que apenas podemos percibir huellas del tránsito humano por tales territorios. No es que Pause sea una obra a contracorriente en pleno 2024, sino que hasta su propio título y formulación parecen una provocación, un ejercicio de resistencia contumaz o un desesperado salto al vacío. Porque postular la pausa y la quietud sobrepasa ahora mismo los límites de la utopía y se convierte en una ensoñación, pero tendremos que acabar abrazando la mera existencia de este disco y de sus nueve composiciones como un hilo tenue y finísimo de esperanza. Y así, esta obra delicada, frágil y frontalmente opuesta al signo de los tiempos acaba también convirtiéndose en un prodigioso bálsamo de 32 minutos, en la invitación a aminorar la marcha y dejarnos mecer por el pulso del sosiego.

 

Nada que ver, en suma, ni con lo que a diario vivimos ni con los estímulos que nos bombardean a cada rato como ráfagas de ametralladoras sonoras y visuales. Pause es una obra sin palabras, sin percusiones y sin urgencias, una oración propuesta por el apostolado de la belleza con el valiente –o casi temerario– objetivo de contener el cronómetro, eludir la vida abrumada y servirle más al alma que a las extremidades inferiores. No hay apenas manera de encontrar una triste corchea en estas partituras, empeñado como está su artífice en prolongar las vibraciones y percepciones con notas largas y sostenidas que se vuelven eternas si el metrónomo –como sucede de manera casi constante durante toda la obra– ni siquiera puede imaginar la paridad entre pulsaciones y segundos. Todo acontece a cámara lenta, así que no hay mordentes, florituras ni filigranas de ningún tipo: solo ese tipo de compases largos, solemnes y melancólicos, cuando no lánguidos e inacabables, que ayudan a articular congojas y suspiros.

 

Nacido en la villa guipuzcoana de Tolosa hace ahora 46 años, Xabier se incorporó con la mayoría de edad recién estrenada a Oskorri, banda de la que aún ejerce como artífice, y más tarde pasaría a integrarse en el Alos Quartet, especializado en música contemporánea. Estamos, por lo tanto, ante un estreno personalísimo pero engañoso, por cuanto hablamos de un artista con mucha mundología, bagaje y sapiencia. De ahí la soltura en el desarrollo de este lenguaje camerístico y minimalista, una búsqueda de la emoción desde la economía de medios que le resultará familiar a amantes de la obra de un Ludovico Einaudi, pero también de quienes frecuenten las bandas sonoras de autores como su paisano Aitor Etxebarria (Gernika, 1985), ahora familiar en la mente de muchos por su música para la serie de Netflix El cuerpo en llamas.

 

En esa órbita de exquisitez se maneja Zeberio, que además enarbola como instrumento principal la nyckelharpa, ese viejo y prodigioso cacharro medieval escandinavo. Definitivamente, su reino no llega a ser de otro mundo…, pero casi.

 

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