Los discos de Slowdive suelen ser enigmáticos y laberínticos, transcurren a cámara lenta e invitan a asumir un estado tan absorto como el que adopta el propio quinteto durante su ejecución. Estas normas maestras, que vienen aplicando desde su fabulosa y efímera primera encarnación de los años noventa, se subliman ahora en esta quinta entrega, una adorable nebulosa sonora que durante ocho cortes y 40 minutos nos transporta a algún lugar más alentador que el que pisan nuestros pies. Porque las letras siguen siendo –puede que aún más– misteriosas e inexpugnables, pero teniendo en cuenta el título de la colección, Todo está vivo, y la dedicatoria a la madre de Rachel Goswell y el padre del batería Simon Scott, fallecidos ambos en 2020, queda al menos claro que los británicos quieren mirar en positivo y que en su compañía nos sintamos bien.

 

Nuestros oídos, desde luego, amanecen agradecidos tras esta entrega. Superado el larguísimo paréntesis entre el clásico Pygmalion (1995) y la resurrección de Slowdive (2017), la clave vuelve a gravitar en torno a las voces susurrantes y narcóticas de Goswell y Neil Halstead, rivalizando siempre en quietud y ralentí, en el factor estático y el extático. Porque Everything is alive emociona con ese mismo calado creciente y progresivo de la lluvia fina; al principio apenas lo notamos, pero con el tiempo se nos va erizando todo.

 

Por supuesto no encontraremos un miligramo de alusiones sonoras al sur de la península en la muy parsimoniosa Andalucia plays, que no sabemos muy bien por qué se titula así. Pero habíamos quedado en que el enigma era un ingrediente sustancial e irrenunciable, de manera que tampoco ha de importarnos. Podemos colegir al menos que Alife se sitúa desde la primera escucha en una de las mejores melodías de Slowdive en estas tres décadas y pico de historia y que Prayer remembered debe figurar en todas las clasificaciones con las mejores piezas instrumentales de la temporada. Y todo hasta llegar a Kisses, casi un amago de single en el sentido clásico del término, una pieza con el metrónomo por encima de las 100 pulsaciones por minuto (¡insólito!), menor índice de reverberación en las guitarras y hasta un arpegio acústico en la transición entre las partes.

 

Lo referimos, claro, desde la admiración. Como buenos chicos (y chica) con la mirada bien fija en la punta de los zapatos, Everything is alive se desarrolla entre la nebulosa y la bruma, a veces bien espesa (Chained to a cloud). Pero el resultado, paradójicamente, no es de desconcierto, sino de bienestar. Quizá porque sentirnos vivos implica, de hecho, asumir que la vida es una pura paradoja.

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