Nunca ha precisado Pedro Pastor Guerra de muchas excusas a la hora de dirigir sus radares hacia geografías iberoamericanas, pero este ya quinto trabajo bajo su firma se erige, sin duda, en el más indisimuladamente latino de la colección, aunque solo sea como consecuencia de sus lugares de alumbramiento. Anduvo nuestro buen mozo madrileño de gira entre finales de 2022 y las primeras semanas de 2023 por Puerto Rico, Argentina, Chile, Colombia, Ecuador y, muy singularmente, Uruguay, y bien se nota que aquellas fechas le cundieron. Porque el otro lado del charco siempre se reservó una presencia muy nítida en su ideario y en los pentagramas, pero este Escorpiano le consolida como lo más cercano a un Jorge Drexler que vamos a conocer con partida de nacimiento mesetaria.

 

Es difícil no ilusionarse con un artista y un álbum que abren boca con Sapiens, radiografía de la estupidez humana, acreditada con tanto ahínco en los últimos tiempos, que hace del todo compatible la mordacidad, el criterio y el pensamiento profundo con el pulso bailongo. Porque Escorpiano es, por lo general, un trabajo muy propicio para disfrutar con los suficientes metros cuadrados expeditos para el baile; una colección que tan pronto picotea en el candombe o el merengue venezolano como se nos vuelve rumbero. Los viajes de ida y vuelta, ya se sabe: otra constante de ese joven que firma y que nos contempla en primerísimo plano desde la portada, confiado y seguro; lejos en apariencia de cualquier atisbo de esa teórica crisis de los treinta que, como buen Escorpio, podría sobrevenirle este próximo mes de noviembre.

 

No parece que vaya a ser el caso, más allá de que el vástago de Luis Pastor y Lourdes Guerra –y sobrino, en consecuencia, de Pedro Guerra– repudie a quienes van por la vida “ignorando que al final todos iremos al cajón”. El suyo es un ecosistema musical de fronteras cada vez más tenues y flexibles; una patria en la que la invasión de países vecinos es un acto jubiloso, deseable y hasta propiciado por las autoridades competentes; esto es, él mismo. Y a ese desparpajo se le suma ahora un mayor protagonismo de las guitarras eléctricas, que campan a sus anchas como nunca antes, que pellizcan y alborotan el cotarro. Y que llenan de razón y contenido, más aún con la emoción de unos contatiempos rítmicos muy sabrosos, alguna pieza autorreferencial como Enero en Buenos Aires, que en otras circunstancias habría gozado de menos enjundia.

 

Pedro se ha abonado a una sensualidad siempre más impregnada de ternura –y, acaso, picardia– que de lujuria. Canta muy lindo y escribe con puntadas nunca exentas de hilo, aunque se aleja de pretensiones más sesudas y apuesta por una cierta liviandad soñadora. No es el caso de El hambre de mi pueblo, desde luego, un rock combativo y demoledor en su compromiso contra la xenofobia, aunque el listón de la canción hondamente comprometida quedó demasiado alto con Los olvidados en su anterior trabajo, aquel también muy disfrutable Vueltas (2021). Pero este quinto elepé se erige en una entrega madura y pletórica, feliz y afortunada, generosa hasta el último corte en grandes momentos.

 

Nada nunca es suficiente es mordaz y adorable, y Para otros pagos, una invitación a embarcarnos en un viaje para el que Pedro Pastor se ha afianzado como una compañía inmejorable. Si a ello le sumamos el refrendo del productor venezolano Gustavo Guerrero –el mismo que, sin ir las manos, apuntaló aquellas Musas de Natalia Lafourcade–, parece sencillo augurar que Escorpiano acabará dando muchas vueltas en el giradiscos a lo largo de la temporada.

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