Para todos los que fueron (o fuimos) jóvenes durante la década de los ochenta, aquellos años en que viajar al extranjero era una quimera entre las clases sociales sin pedigrí, la única manera de imaginarse Glasgow era observando con detenimiento la panorámica aérea que ilustra Raintown (1987), el por entonces divulgadísimo primer álbum de Deacon Blue. ¿Cómo era posible que debajo de aquellos nubarrones y el sol que pugnaba con dificultad por hacerse un hueco se fraguasen algunas de las más exquisitas melodías que han conocido todos los tiempos, ese pop para paladares finos?

 

A sus 67 años, Ricky Ross se sabe una voz autorizada: heredero de una pasmosa tradición melódica local, la de nombres tan fabulosos como los de Donovan, The Blue Nile, Altered Images, The Bluebells, Simple Minds, Friends Again o Lloyd Cole, ha asistido al desfile de otros herederos ilustrísimos (Texas, Del Amitri, Travis, Franz Ferdinand, Gerry Cinnamon) sin que su cancionero, sustanciado a lo largo de una veintena de álbumes grupales o solistas, haya perdido un ápice de vigencia. Y esta undécima entrega de su banda de siempre apela a la nostalgia y a los años iniciáticos, ahora que se cumplen cuatro décadas de la fundación de Deacon Blue, con algunos de los mejores cortes registrados por el sexteto en lo que llevamos de siglo.

 

The great western road traza, en efecto, una bisectriz milimétrica entre el orgullo por el bagaje acumulado y una mirada adulta hacia las incertidumbres de este presente tan distópico. Son canciones que plantean preguntas sobre la maduración, el hecho de hacerse mayor y la incertidumbre ante el futuro, pero que también celebran aquellos logros pretéritos, los de los tiempos en que “el mundo conoce tu nombre” (el título en 1989 del celebérrimo segundo elepé), con toda la legitimidad del mundo.

 

Sospecha Ross que su público se ha vuelto más nostálgico que ellos mismos, motivo por el que los éxitos más irrebatibles, desde Dignity Wages dayReal gone kidQueen of the new year, siguen sonando cada noche sobre el escenario. Pero la mejor radiografía del momento actual de los Blue la aportan estas 12 canciones que abordan pérdidas, evocaciones, fogonazos de pasión nocturna (Underneath the stars), apelaciones al potencial sanador de la música (Turn up your yadio!), monumentos a los años mozos (la hermosísima How we remember it) y, desde luego, ese autorretrato, Late ’88, sobre el preciso momento en que Ricky y sus compañeros de viaje –entre ellos su pareja e inconfundible segunda voz, Lorraine McIntosh– se erigieron en rutilantes estrellas internacionales. “Nunca pensábamos en mañana”, reitera la letra. Y seguro que, de aquella, era rigurosamente cierto.

 

De cara a The great… pasaron el primer filtro casi 25 canciones, de las que tan solo la mitad han acabado encontrando acomodo en los azulísimos surcos del vinilo. A ese rigor en la selección se suma la solidez técnica del ingeniero de sonido Matt Butler, el mismo viejo amigo que ya pilotaba las operaciones en los tiempos de Raintown. Y el trabajo en los evocadores estudios Rockfield. Nada podía salir mal. Por eso mismo, esta Gran carretera del oeste es un autohomenaje en el que todo, para artífices y destinatarios, suena familiar, cercano y gozoso. Como quien se funde con un viejo amigo en un abrazo bien fuerte. 

 

 

 

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