¿Una canción de Justin Vernon titulada Everything is peaceful love? ¿Qué está sucediendo aquí? El barbado geniecillo de Wisconsin emprende el camino de Bon Iver a bon vivant con un quinto elepé radiante e inesperado, un giro argumental casi copernicano en la biografía de un hombre al que teníamos por sinónimo casi perfecto del tormento hasta este despliegue en torno al color salmón nos lo reinventa como un ser de luz.
A lo que se ve, la escritura original de ese Todo es amor en paz se remonta nada menos que a 2019, cuando Bon Iver acababa de poner en circulación el magnífico pero nada sosegado i, i. Y su prístina materialización desconcertó hasta el desasosiego a Vernon, que compartió el original con su compañera y confidente dentro de la banda, Jenn Wasner (Flock of Dimes), avisándole: “No sé qué hacer con esto”. De ese “esto” proviene el aliento fundacional de SABLE fABLE, un álbum en el que lo único medio desconcertante y estrafalario es la grafía del título (las mayúsculas y las minúsculas son así: no es que se nos haya quedado enganchada ninguna tecla) y la estructura según la cual SABLE sería un EP de avanzadilla con tres cortes y fABLE el álbum central, con otros nueve, para una duración total de… 41 minutos.
En resumen: lo más normal del mundo. Y esa apelación de Bon Iver a la normalidad representa la novedad casi transgresora para una banda que quintaesenció la congoja novosecular con el gran álbum de ruptura de los últimos decenios (For Emma, forever ago, 2007), agudizó el tono taciturno con el torturado y precioso Bon Iver, Bon Iver (2011) y se pasó unos cuantos pueblos de frenada con aquel 22, A million (2016) que pretendía simbolizar el agobio de su creador y terminó trasladando esa angustia a quienes intentábamos desbrozarlo. Ahora, en cambio, es Vernon quien desbroza su propia escritura de antemano. Y el resultado se antoja tan límpido y placentero que los más críticos pensarán: al maestro de la escritura oblicua le ha salido una obra demasiado directa.
Como paréntesis e invitación a un periodo más oxigenado, la quinta entrega de BI es gozosa y agradecida. La parte más atribulada aún pervive en el EP inicial, sobre todo con ese mantra lindísimo de Things behind things behind things. Y el refresco primaveral asoma a partir de ese tibio r&b que alienta Day one o I’ll be there (los mismos títulos, ya lo ven, resultan insólitos para los cánones de Justin), mientras la voz invitada de Danielle Haim hace todavía más adorable, y hasta pegadiza, la celestial If only I could wait.
¿Qué significa toda esta reformulación? A juzgar por la despedida, con los dos minutos instrumentales y planeantes de Au revoir, todo queda abierto: puede que hasta la hipótesis del carpetazo final. Incluso si así fuese, el epílogo nos permite esbozar una sonrisa e inferir que el camino ha merecido la pena.