No teníamos ni idea hasta ahora, pero resulta que la peripecia vital del papá de Annie Erin Clark es de película. En la cárcel durante 12 años a raíz de un pufo bursátil por valor de más de 40 millones de dólares, la joven texana hubo de acostumbrarse a frecuentar la sala penitenciaria de visitas y preguntar por el interno número 502, por lo que ella misma relata en el tema que da título a este sexto álbum. St. Vincent es desde hace ya mucho tiempo uno de los cerebros más preclaros entre el vecindario de la Gran Manzana, pero su inveterada costumbre de no dar puntada sin hilo alcanza aquí unas cotas majestuosas.

 

Veníamos de su exitoso Masseduction (2017), álbum glamuroso y sintetizado donde los haya, óptimo para bailar bajo la bola de espejos con un corpiño ajustadísimo; un disco para ajustar cuentas con alguna ex de funesto recuerdo y exhaltar la jarana y el ajetreo. Daddy’s home es todo lo contrario, un trabajo nostálgico, reposado, de ambientación clásica y sedosa, impregnadísimo de soul y grabado en una de las guaridas más reputadas del gremio, los Electric Lady Studios que Jimi Hendrix instauró en pleno Greenwich Village. Más allá del jugueteo funk y electrónico del tema inicial, Pay your way in pain, que se repite en Down con un juego de teclados que parece una versión actualizada de Stevie Wonder, el tono general es sosegado, distinguido. Más cercano a Bill Withers que a Curtis Mayfield, por decirlo de manera gráfica. Y no muy lejos, en el caso de Down and out downtown, de las propuestas presentes a cargo de Joan as Police Woman.

 

Buena parte de la culpa de un sonido soberbio habrá que echársela a Jack Antonoff, en estado de gracia tras haber multiplicado también las muchas virtudes de Taylor Swift y Lana del Rey. Pero la excelencia musical es atribuible por entero a Clark, capaz de evocar el Laurel Canyon en la mayúscula Somebody like me, una enormidad a la que no estábamos acostumbrados, pero también de recordar a los Pink Floyd planeantes y contemplativos con Live in the dream. Un pronóstico muy plausible: St. Vincent ha escuchado el trabajo del dúo Lucius para la gira de Roger Waters Us & them.

 

No levantemos la aguja antes de tiempo, porque las sorpresas continúan. Una de las mayores, la versión de My baby wants a baby (1980), el viejo éxito de Sheena Easton que era frívolo y dicharachero y ahora se torna pesaroso, como si lo hubieran arreglado los chicos de ABBA el mismo día de la grabación de The winner takes it all. Y aún quedan dos baladones enormes, como llegados de la onda media: …At the holiday party y Candy darling. No hay que ser enfático, solo llamar a las cosas por su nombre: estamos ante uno de los discos del año.

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