Lo de Vera Fauna dejó de ser ya un secreto a voces para convertirse en un catalizador de encuentros fraternales. Así que a la altura de este tercer elepé no solo esperábamos una (buenísima) ración de rock andaluz escurridizo a las definiciones, sino una llamada a la complicidad y la empatía. Cumpliendo con creces las expectativas, el quinteto sevillano hace alarde de ese amor al prójimo y apología del calor entre seres humanos. Porque en Dime dónde estamos no se habla tanto de amor (que también) como de química. De empuje recíproco. Es una llamada ardorosa a compartir longitud de onda con aquellas personas que merecen la pena, sobre todo en vista de que este mundo se nos está volviendo por momentos entre cruel, despiadado o abiertamente infame.
Tras el buen sabor de boca que ya habían dejado Dudas y flores (2020) y Los años mejores (2023), este Dime dónde estamos adquiere ahora hechuras de refrendo decisivo, de acto solemne de graduación. Kike Suárez, cantante y líder de la formación, no invierte ni un solo segundo en pulir su sevillanísimo seseo y las consonantes aspiradas, y el tono general es el de ese rock callejero y andalusí por el que también han incidido en los últimos trienios desde Califato ¾ a Derby Motoreta’s Burrito Kachimba. Pero los Fauna sienten debilidad por el paso cambiado y la pillería, y de ahí que los bandazos estilísticos sean muy sabrosos. La jienense Ángeles Toledano, una de las cantaoras más heterodoxas y brillantes de entre quienes aún no han cumplido los 30, va haciendo crecer Me destruye hasta una especie de flamenco empapado de dream pop, mientras que Noni (Lori Meyers) tira de buena sintonía para que el deje rumbero de No me digas la verdad suene casi tanto a su banda como a sus amigos sevillanos.
Son dos colaboraciones que aportan color y matices a un repertorio ya de por si caleidoscópico, en el que Tu voz tira de pop sintetizado mientras Un atraco opta por la pose más periférica y barrial de la colección y la sorprendente (y estupenda) Sale el sol acaba aspirando al trono del funk meridional. Y todo ello por no hablar de todos esos teclados intrigantes con los que el grupo picotea a menudo por el territorio de la psicodelia. Vivimos a merced de la incomunicación, vienen a decirnos Kike y sus compinches (Mi cabeza), pero en último extremo nos queda apelar al romanticismo (Un día más) y seguir haciendo camino al andar. Fue una conclusión a la que un sevillano ilustrísimo llegó ya hace más de un siglo, pero que ahora, con un buen acompañamiento sonoro, resulta igual de lúcida que contagiosa.