El verdadero viaje no es tanto el destino sino el camino. Sí, ese que se hace el andar. Taracea, un espectacular quinteto especializado en música medieval y renacentista, pero desde una óptica modernísima y nada compartimentada, hace suyo este criterio con un peregrinaje sonoro a Compostela en el que la línea recta jamás sirve como brújula ni referencia. El camino se convierte más bien en pretexto: importan más esos “desvíos” del título, que la formación simboliza con una hermosa cita de Cees Nooteboom. “El viajero siempre se deja tentar por un camino lateral, y por el camino lateral de ese camino lateral, por el misterio del nombre desconocido en el cartel indicador de la carretera”, quintaesenciaba el autor holandés en su libro de viajes El desvío a Santiago, título casi idéntico, no por casualidad, a este álbum que ahora nos ocupa.

 

El itinerario de Taracea cuenta con las voces de Isabel Martín y Belén Nieto como referentes y se entreteje, en lo musical, a partir de flautas, percusiones, la vihuela de Rainer Seiferth –alemán de visión panorámica, afincado en España desde hace más de 15 años, habitual de Ana Alcaide y también inmerso en el dúo Zaruk– y el contrabajo de Miguel Rodrigáñez, al que tenemos localizado desde los bellos y lejanos tiempos del Ensamble Nuevo Tango y que ahora es quien aporta de manera más evidente el aderezo jazzístico en esta gozosa marmita de “nuevas músicas antiguas”, por apoderarnos del título de aquel debut (2020) de la formación.

 

Si John Dowland fue hace un par de temporadas la excusa o hilo conductor, las expediciones xacobeas sirven ahora para amoldar un itinerario en el que, junto a melodías de evidente filiación gallega, como el Romance de don Gaiferos, se cuelan gloriosas excursiones como Pero que seja a gente, una cantiga de Alfonso X el Sabio que nos traslada al bullicio de Marrakesh y, sobre todo, a un fabuloso festín de polirritmias tan difíciles de seguir como gozosas de disfrutar. Por no hablar de la zanfona laberíntica y fascinante de Germán Díaz, invitado especial en un par de piezas; pocos como él para redimensionar los aires cortesanos del Balletto da ballare y bajarlos al barro del pueblo y el jolgorio.

 

Hacía tiempo que una formación no lograba imprimir tanta vivacidad a un material que a veces es objeto de aproximaciones demasiado encorsetadas, cuando no timoratas. Este quinteto de código postal madrileño logra aplicar un maravilloso ideario de imaginación libre y desprejuiciada, en el que una pieza religiosa como Polorum regina, del Llibre Vermell de Montserrat, suena a filigrana exquisita o la Gagliarda III representa un paréntesis instrumental refulgente. Qué bendición encontrar mentalidades así, tan documentadas y ajenas a las pautas mayoritarias, pero a la vez capaces de emocionar a partir de materiales perfectamente populares y accesibles.

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