El mundo sería un lugar mucho más habitable, un planeta dominado por la ternura, los rostros afables y los tipos sentimentales, si proliferaran discos como los de Hank Idory. El pseudónimo bajo el que palpita el talento del valenciano Juancho Alegrete vuelve a la palestra con un segundo disco seguramente más encantador aún –y no parecía sencillo– que su homónimo precedente (Hank Idory, 2018). Un trabajo que hasta tiene las benditas narices de incluir una pieza titulada elocuentemente Un rayo de sol, aunque ahí acaban las coincidencias con Los Diablos: las 10 canciones aquí incluidas, en canónica división paritaria por ambas caras del vinilo, son originales de Hank, que las ha cocinado sin prisas ni aspavientos, dispuesto siempre a acariciar la quimera de la melodía pop pluscuamperfecta.

 

No busquen aquí sonidos revolucionarios ni conceptos rupturistas. Alegrete es un hombre de formación irrefutable, fascinado por esa laberíntica arquitectura sonora de Burt Bacharach y, por extensión, alumno en la distancia de todos los grandes que en la música popular han sido: de Brian Wilson a Lennon y McCartney, con ineludible escala ibérica en Los Brincos. Pero con seguridad también en Solera y Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, a los que homenajea tácitamente con un título, Carrusel, coincidente con la pieza que abría Señora azul.

 

El mimo y el primor, la parsimonia y la buena letra. Todo sirva para apuntalar la idea de Idory como un orfebre concienzudo y minucioso. Lo sabemos porque el primer adelanto, el adorable Por primera vez, ya lo conocimos en la primavera de 2020, cuando se convirtió casi en la única cosa bonita que ofrecían aquellos pavorosos meses iniciales de la gran pesadilla. Puede que ese contexto pandémico haya acentuado el aire eterno y atemporal, escapista a través de la finura y la belleza, que alienta todo este monumento a la melodía y a Pantone como la única multinacional en todo el mundo que verdaderamente merece la pena.

 

“Como las agujas del reloj, tenemos que seguir hacia adelante”. Ese es el espíritu, radiante y esperanzado a pesar de todos los pesares, que late en este disco pretencioso en una acepción infrecuente: no encontraréis un solo aspaviento, pero sí toda la intención de propiciar la escucha reincidente y sin fecha fija. Con The Association, Big Star, The Byrds (Club de astronomía) y hasta Aztec Camera como mentores de cabecera, nada evitará que cualquier día, cualquier año, retornemos a Sentimental jamboree y volvamos a disfrutar de sus de sus moog, violines, trompetas y guitarras de 12 cuerdas como “por primera vez”.

 

 

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