Cuando falleció su ilustre padre, Manuel Molina Jiménez, allá por la primavera de 2015, Alba Molina Montoya asumió que debía interiorizar el dolor y el luto a partir del repertorio insigne que sus progenitores habían frecuentado durante aquella década dorada en la que obtuvieron el fervor de los auditorios flamencos como Lole y Manuel. Hasta tres álbumes llegó a grabar su primogénita en torno a ese legado familiar ineludible, pero ahora, un lustro después, iba llegando ya el momento de pasar página y apuntar en otra dirección. Alba ha escogido la opción más arriesgada, dentro de los códigos flamencos, para cambiar de aires: desligarse de la línea troncal e indagar en territorios a veces limítrofes y otros, solo similares desde la distinción.

 

El beso supone de alguna manera para Molina propinarle el tijeretazo definitivo al cordón umbilical. Honrada la memoria de quienes debemos preservar en el recuerdo para siempre, la hija busca territorios libres y acaba encontrando su espacio en la intersección entre la herencia andaluza y el eterno aperturismo mental de los mejores jazzistas. Y todo ello, salpimentado por el aprecio hacia la canción de autor sin condicionantes: a Alba le sienta bien un clásico tan incombustible como Tesoros, uno de los ídem en el cancionero de Antonio Vega, pero de la misma manera recurre al comodín de Alejandro Sanz con , una papeleta que el de Moratalaz resuelve de manera algo funcionarial pero también eficaz.

 

Alba nunca fue flamenca apegada a los cánones sacrosantos, pero su laxitud aquí es premeditada y, podemos imaginar, profundamente liberadora. Hemos sido testigos de cómo un andaluz tan ilustre como el gaditano Javier Ruibal se deleitaba, embebido, al escuchar por primera vez a Alba arrastrando su voz honda y terruñera en Dicen, y les sucederá lo mismo a quienes tengan acceso a otra joya similar como Hoy llegas tarde. Ni siquiera necesita Alba más que la compañía de la guitarra de Dani Bonilla para urdir la excelente Te quiero más que a nadie, tan esencial y hermosa. Pero el momento cumbre llega cuando nuestra cantaora se alía con mamá, la venerable Dolores Montoya, para un mano a mano con Loca me llama. Igual no caen en la cuenta con semejante título, pero no es sino una adaptación de Crazy he calls me. Un estándar que han frecuentado docenas de voces, todas anecdóticas si se las compara con el referente fundamental de Billie Holiday.

 

Tendrá ahora que lidiar Alba con la cantinela de los puristas, tan aburrida. Pero mejor que no pierda demasiado tiempo en tareas inútiles. El beso la expande y, en consecuencia, la agranda como artista. Y reivindica la cercanía y el calor en unos tiempos y circunstancias en que representan solo un viejo y doloroso recuerdo. Llegará el tiempo en que volvamos a pontificar el beso como “Solución mágica para altibajos hermosos”, en definición de la interesada. Entre tanto, el bálsamo puede aplicarse a partir de un álbum como el que nos ocupaba esta vez.

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