La sensación seguramente más difícil para transmitir con un nuevo disco es ahora mismo la de originalidad. Bell Orchestre no solo asume el reto de abandonar los territorios explorados, sino que consigue desafiar las definiciones. Cuesta mucho equiparar House music con otras músicas ya escuchadas con anterioridad. Y eso, ay, supone ya en sí mismo todo un triunfo.

 

Hay aquí mucho elemento novedoso que desentrañar, comenzando por el hecho de que esta especie de orquestina de seis integrantes llevaba una década larga (As seen through windows se remonta a 2009) sin dar señales de vida. El artefacto que lideran la violinista de Arcade Fire, Sarah Neufeld, junto con el bajista Richard Reed Parry se embarca en una aventura vertiginosa para conjurarse frente a tantas temporadas de silencio. El resultado es un temerario ejercicio de improvisación casi en estado puro, aunque estos tres cuartos de hora de música sin interrupciones (por mucho que se dividan en 10 fragmentos o movimientos) han sido esculpidos a posteriori, perfeccionados a golpe del cincel de la edición.

 

El proceso mismo se torna fascinante. El título de la obra no hace alusión a la música house (aunque seguro que hay un componente de travesura en su elección), sino a la casa que la Orchestre ocupa para proceder a este experimento de funambulismo sonoro. Para mayor concentración y ensimismamiento, los integrantes ni siquiera se reúnen en la misma estancia, sino que cada uno permanece aislado en una habitación distinta, interconectados solo por la maraña de cables que los técnicos de sonido diseminan por todo el edificio. No hay premisas, ni consignas, ni partitura, solo un ínfimo loop de bajo que Parry aporta como punto de partida, como mecha para prender la gran hoguera. Y a partir de ahí, el folio en blanco, la tumba abierta, el “qué pasará”. Con algún tenue elemento de corrección: lo que escuchamos como obra final es el resultado de editar y pulir una hora y media de sesión en bruto, con mínimos aderezos y añadiduras a modo de pinceladas finales.

 

Pinceles. Esculturas. Es difícil resistirse a la tentación de pensar en House music como un gran tronco central que estos seis artesanos van modelando, contorneando con sus soplos, pulsaciones y golpes de arco. Esta Música de la casa suena densa, misteriosa, a veces claustrofóbica y siempre intrigante. Lo más asombroso en ella proviene de la incapacidad consustancial para que determinemos si asistimos a un ejercicio de música electrónica o a un nuevo clasicismo. Tan pronto nos abruman las máquinas como prevalece el dictado de la trompeta de Kaveh Nabatian y la trompa de Pietro Amato, que remiten a los más memorables saltos al vacío de Miles Davis. Y a los pasajes más impenetrables y extáticos se suceden momentos como V: Movement, donde el violín de Neufeld toma las riendas y nos aboca a una súbita trepidación.

 

¿Influencias? Difícil, más allá de que nos puedan venir a la mente los paisajes envolventes de los últimos Talk Talk. O que el traqueteo de VII: Colour fields nos sitúe ante los experimentos de trompeta y electrónica de Mark Isham. Hay que dedicarle tiempo y, sobre todo, espacio mental a esta obra laberíntica en la que no paran de suceder cosas incluso cuando, como en IX: Nature that’s it that’s all, parece que todo se detiene.

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