Jack Antonoff se ha convertido en el chico aplicado y perfecto al que todo le sale bien; en el yerno ideal y el mozo más demandado en cualquier baile y en el epítome del músico deslumbrante e imaginativo al que recurren las más distinguidas figuras mundiales, sobre todo del género femenino, para asegurarse de no errar el tiro. Y aunque su éxito arrollador como hombre de confianza de Taylor Swift, Lana del Rey, Florence + The Machine, Lorde o The 1975 (por no hacer la enumeración demasiado exhaustiva) le dificulta una carrera en nombre propio razonablemente sistemática, lo cierto es que este cuarto trabajo al frente de Bleachers es un atracón de pop clásico, ochentero y deslumbrante, una catarata de ideas tan abrumadora que parece un manual de composición para que los aspirantes a músicos eclécticos y con futuro se empapen de cada compás hasta culminar el curso con el anhelado cum laude.

 

A sus pupilos les asombrará la cantidad de ingredientes, juegos y matices que incluye este homónimo Bleachers, pero Antonoff vino al mundo con ese don, con la capacidad pasmosa para que un álbum tan elaborado y adictivo como este pueda parecer un puro divertimento, el pasatiempo de un productor aclamado, demandado y multipremiado para ocupar la agenda y pasar el rato en los (escasos) tiempos muertos que le dejan sus grandes compromisos contractuales. Pero en esas desenfunda Modern girl, un pastiche de su adorado paisano Springsteen en la era pletórica de Born in the USA, aunque sea con un saxo más guasón y afónico que el de Clarence Clemons. O deslumbra con la fabulosa Tiny moves, una pieza que crece por acumulación, la canción más incontenible a la hora de ponernos a corear que conoceremos durante todo este 2024.

 

Ni siquiera necesita Jack convertirse en un tipo permanentemente risueño para generar una sensación de empatía hacia su figura y su cancionero. La apertura tecno-robótica de I am right on time encapsula el misterio de MGMT y la obsesividad de sus admirados The National; Jesus is dead tiene el desparpajo indie de quien aspira a tocar las narices sin dejar de resultar un tipo divertido y la adorable Woke up today parece recuperada de una añeja sesión de trabajo de Crosby, Stills, Nash & Young aprovechando los primeros rayos del amanecer en Laurel Canyon. Y aunque no necesite tirar de agenda, una colaboración de la ilustrísima Lana del Rey siempre otorga empaque, más aún en el caso de la bella y ensoñadora Alma mater.

 

Habrá quien sospeche que al flamante rey Midas del pop se le va la mano con las baladas en la segunda mitad del álbum, un indicio de felicidad romántica en un hombre que alcanza la cuarentena acaramelado en términos conyugales y en ese incontestable estado de gracia que le concede su tercer Grammy consecutivo a mejor productor del año. Pero también sus canciones lentas tienen chicha, hondura vital (Ordinary heaven) y ecos de Bon Iver –o de su equivalente de los ochenta, Bruce Hornsby– en el caso de …Call me after midnight, que para más inri aporta un cameo de su pareja, la actriz Margaret Qualley. La vida le sonríe a Antonoff, pero Bleachers demuestra, sin necesidad de artistas interpuestos, que el éxito es en su caso un inapelable ejemplo de justicia.

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