El tránsito a la treintena parece haberle sentado particularmente bien a Matthew Healy, uno de los innegables chicos listos del pop británico, que aquí protagoniza su gran episodio de apogeo. Después de un par de álbumes más oblicuos y vagamente conceptuales, los apreciables y un tanto embarullados A brief inquiry into online relationships (2018) y Notes on a conditional form (2020), este Being funny in a foreign language (¿a quién le van a gustar los títulos escuetos?) supone una especie de retorno a la casilla de salida, pero con el bagaje de quien ha aprendido mucho y se ha desprendido de manierismos, egolatrías y demás excesos de la primera juventud. “Disculpas por mis veintitantos, estaba aprendiendo cómo funciona todo / y tenía tendencia a pensar las cosas después de haberlas dicho”, se sincera con honestidad exenta de dramatismos en el precioso y etéreo tema inaugural, que, como siempre, se titula The 1975. Porque uno puede ser clarividente y, al tiempo, genialmente estrafalario.

 

Tras esa homónima toma de contacto se desata el verdadero vendaval. Being funny… se erige en un huracanado ejercicio de pop contemporáneo, accesible, contagioso y muy difícil de resistir con actitud impávida. La colección encadena ideas felices que brotan a borbotones, en cascada, y tan pronto propician parentescos con Coldplay en Looking for somebody (to love), el Harry Styles más sexy (I’m in love with you), Counting Crows (Wintering), el falsete neosoul (Human too), los U2 de With or without you (About you) y hasta con los Toto de Africa (fíjense bien en Oh Caroline). Y todo ello sin renunciar a una balada tan enorme como All I need to hear y a un cierre hermosísimo, When we are together, que parece haberse escapado de las mejores sesiones de escritura de Taylor Goldsmith para sus Dawes.

 

Healy se nos ha vuelto un sentimental, bien se ve, y no le hace ascos a la abierta plasmación de la plenitud amorosa. Por eso en cabeza de toda esta catarata de temazos sin mácula coloca el ejemplo más eufórico y elocuente, ese Happiness que arrebata a golpe de r’n’b y una euforia festiva que no desentonaría en un disco de Wham!, mientras el enfático saxo invitado de John Waugh acentúa los guiños ochenteros.

 

Remilgos fuera, qué demonios. The 1975 han creído llegado el momento del desparpajo, y nada como convocar al ubicuo productor Jack Antonoff (ya saben, desde Lana del Rey a Florence + The Machine, Lorde, Carli Rae Jepsen o Taylor Swift) para que todas las piezas encajen en este orondo y pletórico festival del amor. Disfrutemos del menú sin complejos ni mala conciencia. Puede que los ingredientes queden lejos de cualquier atisbo de sofisticación, pero están maravillosamente bien cocinados.

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