¿Qué hay de verdad y cuánto de mito en el disco más esperado de 2022, la obra que en apenas cinco días ha pulverizado todas las marcas históricas de escuchas en plataformas y acumula avalanchas de comentarios, cifras exorbitantes, expectativas desorbitadas e hipérboles máximas en todo el mundo mundial? Bien, avalemos lo evidente: Taylor Swift no ha dejado de postularse como una de las artistas más relevantes del nuevo siglo, y una obra como Midnights solo puede considerarse un refrendo a la candidatura. Y agreguemos el matiz: Midnights es, a buen seguro, el mejor de los discos de Swift concebido para el consumo rápido, pero empalidece súbitamente si lo comparamos con sus dos antecedentes inmediatos, ese tándem que integraban folklore y evermore, dos obras primas hermanas, encadenadas en pleno 2020 y con las que la rutilante diva de Pensilvania saltó de la relevancia a la condición de artista esencial.

 

Aquí nos movemos en otros parámetros, indudablemente. De acuerdo, no siempre toca mesa y mantel de alta cocina, y a Midnights hemos de reconocerle su condición de menú del día excepcional. Su autora le atribuye un cierto carácter conceptual, por cuanto sus 13 canciones (hay siete más en una versión extendida, 3 am edition, que aporta más bien poco) se concibieron desde el insomnio y a horas en las que mejor haríamos frecuentando alguna fase rem. Pero más allá de hilos argumentales teóricos y más o menos verosímiles, la entrega abunda en la temática habitual de nuestra protagonista: quebrantos anímicos y amorosos, reproches, rearmes morales. Y deja la sensación de moverse pocos centímetros del molde principal, ese pop elegante, sensual y envuelto con abundantes capas de sintetizadores, efectos sonoros y chiribitas varias, tan agradecidas como escasas de sorpresa.

 

Y aquí llegamos a la conclusión más evidente, el refrendo de que Jack Antonoff, tan hábil y pluriempleado él, tiene poco que ver con Aaron Dessner, el hechicero de The National que movía los hilos en la dupla mágica de hacer un par de temporadas. Son el huevo y la castaña, Dios y el cuñado. Jack coloca maravillosamente bien el celofán mientras Aaron inyectaba licor de alta graduación en el relleno. Midnights puede sonar desafiante (Vigilante shit), narcótico (Snow on the beach, junto a Lana del Rey, otra de las distinguidísimas protegidas de Antonoff) o profundamente adictivo, como en los sencillos Anti-hero, Bejeweled y el impecable You’re on your own, kid. Pero en ningún caso descoloca. Ni deslumbra. Solo acompaña, evoca a la diosa Stevie Nicks en Sweet nothing y nos hace la vida más agradable.

 

¿Es exiguo el balance? En circunstancias normales, para nada. Pero si hablamos de la madre-de-todos-los-fenómenos-fonográficos-de-la-historia, pudiera ser que sí. Swift es absorbente, lista, brillante y, a la altura de su décimo elepé, insultantemente joven todavía. Llegará más música suya y, con un poco de suerte, no nos dejará con la sensación de que ya hemos escuchado todo el nuevo álbum cuando todavía nos quede pendiente el último cuarto.

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