Will Oldham ni es ni será nunca el chico más alegre del lugar, pero Keeping secrets will destroy you, un disco rabiosamente hermoso hasta en el título, nos lo refrenda como uno de los grandes maestros en el arte de traducir a música la más cruda devastación emocional. Lo hace con la legitimidad del camino ya andado y el atractivo de un discurso crudo y polvoriento, tan orgánico que a ratos parece ofrecernos notas de voz registradas con el móvil en la intimidad más indisimulada. Solo o, aún mejor, en escasa y no menos pudorosa compañía, como en ese Like ir ot not tembloroso y trovadoresco que abre la colección, hímnico en su concepción pálida y desnuda (“Te deseo alegría, cielo y libertad, amigo mío”), y refrendado por una mandolina temblorosa y una segunda voz, a cargo de Dane Waters, casi igual de musitada.

 

Por supuesto, el hechizo de Billy solo va evidenciándose con el paso de las canciones y la acumulación de las escuchas, lo que convierte a este Guardar secretos te destruirá en un disco inaccesible para el oyente circunstancial o espasmódico, ese que cambia de canción en las plataformas en cuanto a los pocos segundos de escucha no acontece ninguna explosión sonora. Las prédicas de Oldham son las de la lluvia fina, la que acaba calando hasta los huesos solo a partir de una prolongada exposición, así que dejémonos embaucar sin urgencias por la pintoresca sensualidad de Bananas, de un erotismo casi confuso, por la belleza eterna y murmurada de Kentucky is water o las pudorosas pinceladas de piano eléctrico que se incorporan a Sing them down together, otra de esas llamadas a la resiliencia y la unión de fuerzas desde la más radical de las fragilidades.

 

Y es esa fragilidad resistente, como la del junco, la que acaba por aportar toda su enjundia a esta obra del melancólico bardo de Louisville, en Kentucky, un poeta prolífico y disperso al que es difícil seguir la pista, pero que quizá acabe de completar, con I see a darkness (1999) y The letting go (2006), la gran terna de su discografía. El carácter imperecedero de miniaturas como Queens of sorrow, pura belleza trémula que podría llevar un siglo escrita y que en una centuria seguirá emocionando a nuestros bisnietos, lo deja claro entre sus muy tenues caricias de violín.

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