El eclecticismo es un concepto recurrente, pero adquiere todo su significado cuando quien lo abraza sabe desarrollar ese gusto plural, transfronterizo y desprejuiciado con la naturalidad que demuestra la cantante, compositora y ocasional guitarrista Cristina Mora. Este es ya su cuarto trabajo en nombre propio, y en él intensifica la alianza artística con su pareja, el excepcional pianista Moisés P. Sánchez, para alardear de canciones que pudieran ser de autor pero casi siempre dejan un regusto jazzístico, por no hablar de sus ecos a geografías dispares: de tierras ibéricas a europeas, con incursiones en la idiosincrasia caribeña o en ese latido africano que inspira, muy libremente, el tema inaugural y tarjeta de presentación: Ayo.

 

“Son canciones hechas con trabajo, cariño y a fuego lento”, testimonia Mora de puño y letra para resumir el espíritu que alienta una entrega en la que la diversidad se extiende también al territorio idiomático, con inglés y castellano alternándose en sus labios y su escritura sin más impulso que el de la pura intuición. Lo suyo es amor por la caricia y el trabajo minucioso, valores que comparte de manera muy estrecha con su pareja. Y nada mejor que recalar en la versión de La tarara, el clásico lorquiano, para comprenderlo. Cristina seguramente intuya que la pieza ha conocido tantas versiones como para no aspirar a una lectura definitiva o revolucionaria. Por eso, opta por abrazarla y asumirla. Sin aspavientos; solo con puro amor.

 

Hay leves salpicaduras de electricidad cuando Moisés se decanta por el moog o el rhodes, los dos teclados por antonomasia del jazz evolucionado de los setenta. Y de manera paralela, Mora proclama su fe camerística para Can you hear me y Sola no estás, dos piezas distinguidas en las que opta por arroparse con un sutil y delicado cuarteto de cuerda. Todo acontece así, con mimo, en ese esfuerzo de Cristina por no perderse. Por reivindicarse, en suma, tal y como es. Por sentir el dulce tacto sedoso de los pétalos, una buena metáfora de su propia voz.

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