¿Puede aún seguir fascinándote alguien que lleva más de 30 años haciéndote compañía? El escepticismo, una coraza muy extendida en la especie humana a medida que los lustros van resintiendo la columna vertebral, hace pensar que no. Pero en esas escuchamos Upper hand, una pieza de seis minutos colocada estratégicamente en el ecuador de Dark matter, el duodécimo álbum de unos tipos de Seattle a los que conocemos desde los primerísimos años noventa, aquellos en los que el fax y el buscapersonas encarnaban los pináculos de la tecnología. El tema en cuestión comienza con una introducción ambiental y panorámica como en las grandes obras de Pink Floyd, tan ausente de prisas que el cantante tarda más de minuto y medio en hacer acto de presencia. Prosigue como un tiempo medio quejumbroso, de esos en los que la velocidad deja el puesto protagónico a la intensidad, pero al encarar su último minuto el pie se engancha en el acelerador y la guitarra aborda una carrera enloquecida, de esas capaces de electrocutar al oyente más templado. Y así, seis minutos después, extenuados y bendecidos, es cuando reparamos en que no hay necesidad ni motivos para perder la fe en estos benditos casi sexagenarios de Seattle.

 

Es tentador pensar en Dark matter como una reacción frente a su antecesor, Gigaton (2020), un álbum de poso más cerebral y sereno al que la casualidad hizo coincidir con lo peor de la pandemia y el confinamiento y en el que algunos creyeron ver más elementos característicos de un álbum en solitario de Eddie Vedder que de un quinteto con un modelo asambleario de gobernanza. El regreso de la banda remite de una manera mucho más evidente a los tiempos más joviales, fogosos y propensos al estruendo de Vs. o Vitalogy, con una salvedad: la veteranía, lejos de reblandecer sus articulaciones, ha convertido esta banda en un elemento de expresión más rotundo, contumaz y poderoso. No hay el más leve atisbo artrítico en estos tres cuartos de hora teñidos de gravedad y melancolía, pero cimentados sobre algunas de las mejores páginas de Vedder en siglos.

 

Quien piense en Scared of fear y React, respond como dos temas abrumadores para la apertura de un gran álbum ha de ser consciente de que a esas alturas la maquinaria aún está cogiendo temperatura. Dark matter, el tema titular, es un aldabonazo de grunge a la vieja usanza, Waiting for Stevie se vuelve majestuosa en su tensión creciente, Running es una macarrada irresistible de dos minutos (¿un Song2 de Blur para la Costa Oeste?) y Wreckage, adorable en su construcción más sosegada y semiacústica, merecería que el bendito Tom Petty bajase de los cielos para sumarse a la fiesta. Y aún nos queda esa colosal llamada a la acción que es Got to give, un People have the power a la manera de Vedder que deberíamos convertir en un himno frente a esa desesperanza que, por momento histórico y generacional, atenaza a quienes, como Eddie y sus amigos, ya perdieron la cuenta de las canas.

 

¿Cómo es posible sonar con tal convicción después de, insistimos, una docena de trabajos y tres décadas y pico de servicios prestados? Puede que el revulsivo responda al nombre de Andrew Watt, esa criatura de 33 añitos que gastaba pañales cuando Pearl Jam debutaba con Ten (1991) y que, después de trabajar con Justin Bieber o Post Malone, ya engatusó a Eddie Vedder en solitario para producirle Earthling (2022) y preparó espectaculares transfusiones sanguíneas para los regresos de Ozzy Osbourne (Patient number 9) y, muy particularmente, el Hackney diamonds de Sus Stonianas Majestades. Watt parece representar esa patada en el culo que evita cualquier síntoma acomodaticio en Dark matter, pero nada sería posible sin el empeño tenaz de estos viejos rockeros del estado de Washington por volver a erigirse en indispensables.

6 Replies to “Pearl Jam: “Dark matter” (2024)”

  1. Coincido. Además tiene “espíritu disco” a la antigua usanza. Invita a escuchar todas las canciones en orden, no al picoteo habitual actual.
    Todo es coherente y hay transiciones entre temas maravillosas.

    1. Encaja muy bien con el espíritu de esta página, de hecho, en la que reivindicamos el disco como “unidad de medida”, más allá de tal o cual canción concreta. Me alegro de coincidir, José Luis; gracias por tus palabras.

  2. No pongo ni quito ni un punto ni una coma a lo escrito aquí. Efectivamente es un discazo. Cada vez q lo oigo me gusta más.

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